Droga: ¿un remedio para la existencia?

Dr Jean-Philippe Catonné

extracto de “De la droga y de las drogas”

(Raison Présente, N° 153)

Aunque el Hombre siempre ha recurrido a la droga, ésta, en la actual civilización de consumo, cobra un carácter cada vez más preocupante. En los siguientes siete apartados se ofrece material de reflexión sobre el tema.

 

I. En busca de una definición

En el lenguaje corriente, el término “droga” designa una sustancia nociva, y un “drogadicto” es alguien que se intoxica con drogas. Sin embargo, el sentido claramente peyorativo de la palabra “droga” no surge sino de modo secundario. La etiomología sólo brinda datos parciales acerca de esta evolución. Según una hipótesis, la palabra droga, que aparece en francés en el siglo XIV, derivaría del árabe durawa, bola de trigo, que habría dado drawa, y luego drowa. Según otra, más verosímil, droga derivaría del neerlandés droog, palabra que significa seco, y que habría servido para designar algunos ingredientes con esa característica [1].

La etimología nos recuerda que, al principio, la droga fue un ingrediente utilizado en las preparaciones farmacéuticas. Según Littré, en la serie de significaciones aparecería primero ingrediente, y luego, por el hecho de que los ingredientes farmacéuticos son muy desagradables, cosa mala [2]. En francés, la evolución peyorativa se ha producido por deslizamientos semánticos sucesivos: de la farmacopea a algunos medicamentos fabricados por no especialistas, de estos medicamentos dudosos a una bebida desgradable, y ya en el siglo XX, al estupefaciente [3]. Sin embargo, en el campo de la fitoterapia, la noción de droga sigue teniendo una connotación positiva: “Las plantas medicinales secas o sus partes útiles reciben el nombre de drogas vegetales (vegetalia).” [4] Una rama particular, la farmacognosia, estudia los medicamentos de origen animal o vegetal.


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Por cierto, durante mucho tiempo el concepto de droga ha incluido el de medicamento, y hoy conserva el carácter equívoco del Pharmakon griego, que es a la vez veneno y remedio. En alemán, die Droge pertence al vocabulario farmacéutico. En inglés, drug designa tanto el medicamento como la droga ilícita. Un mismo producto puede emplearse en virtud de sus cualidades terapéuticas o de su poder como estupefaciente. Las sociedades precolombinas de América utilizan tradicionalmente, como planta medicinal, la hoja de coca, de la que en 1860 se aisló la cocaína. En la Europa del siglo XIX el opio era considerado una panacea capaz de tratar numerosos males, y hoy en día se siguen prescribiendo algunos derivados, como la morfina, por sus efectos analgésicos. Igual reflexión podría aplicarse al cannabis, del que actualmente se investigan posibles virtudes terapéuticas (reducción de los efectos negativos de los tratamientos contra la hepatitis C y tratamiento de la esclerosis en placas). A la inversa, cabría demostrar que algunos medicamentos prescritos legalmente provocan los mismos daños que se les reprochan a las sustancias ilegales. Sabido es que las benzodiacepinas, que se prescriben de modo corriente como hipnóticos (por ejemplo, el flunitracepam) o como ansiolíticos (el diacepam) pueden crear dependencia rápidamente. La toma de altas dosis de diacepam durante 40 días obliga a prolongar la administración para evitar los efectos indeseables de la abstinencia e incluso, en algunas personas, la aparición de convulsiones [5].

El concepto de dependencia, al que volveremos a referirnos más abajo, se aplica al riesgo mayor del consumo de drogas, lícitas o ilícitas. Nicole Maestracci, quien dirigió en Francia la Misión interministerial de lucha contra la droga y la toxicomanía de 1998 a 2002, considera que la dependencia constituye el criterio principal para definir el concepto de droga. Se puede considerar droga “toda sustancia psicoactiva que se presta al consumo abusivo y que es capaz de provocar manifestaciones de dependencia”[6]. Como se sabe, el consumo excesivo prolongado de alcohol crea dependencia, y los trabajos modernos muestran que el poder de dependencia del tabaco es comparable al de la heroína. Por consiguiente, la mayoría de los países europeos asocian el alcohol y el tabaco a las drogas ilícitas en sus programas de prevención de las dependencias. Y si se admite que tabaco, alcohol y medicamentos psicotrópicos son drogas en potencia, la pregunta sobre una posible sociedad sin droga cobra una agudeza particular.

 

II. Del arte de vivir

Para tratar de responder a dicha pregunta podríamos buscar ayuda en el pensamiento de Sigmund Freud, adepto de la filosofía hedonística, para quien la vida humana tiene por finalidad la satisfacción del principio de placer. ¿En qué forma? El común de los mortales aspira a la felicidad, pero el camino que conduce a ella está sembrado de obstáculos. “La vida nos pone frente a una enorme cantidad de dificultades, dolores, decepciones y tareas insolubles. Para soportarla no podemos evitar los remedios sedantes.”[7]. ¿Cuáles son? Cada uno, según su personalidad, dispone de numerosos medios para aumentar el placer y evitar el dolor. Pero Freud recomienda no escoger la vía de la exclusividad, rechazando la religión, delirio de masa que “impone a todos por igual su propia vía para adquirir la felicidad y protegerse del sufrimiento”[8].

Freud considera entonces otras “técnicas” de vida, de las que se examinan siete. Entre ellas, el amor, y en particular el amor sexuado, constituye el modelo mismo de nuestra aspiración a la felicidad. Sin embargo, la felicidad de los amantes es frágil, puesto que expone a la pérdida de la persona amada. Otra posibilidad: a la manera de los sabios occidentales u orientales, reducir, e incluso extinguir el deseo, pagando el precio de que disminuya la capacidad de goce. El desplazar las pulsiones hacia la creación artística o científica, o simplemente hacia una actividad profesional, procura satisfacciones sustanciales y socialmente estimadas, sin que ello llegue a constituir una coraza suficientemente impenetrable contra las malas jugadas del destino. ¿Y el placer estético? Provoca un dulce consuelo, insuficiente para olvidar las miserias de la existencia. Algunos se comprometen en las luchas colectivas para cambiar una realidad insatisfactoria, que no por ello se transforma tan fácilmente.

Freud, pues, considera a las sustancias tóxicas como remedios para los males de la existencia. “El método más grosero, y también el más eficaz para ejercer esa influencia es el método químico: la intoxicación.[9] Tales sustancias extrañas al organismo tienen la doble propiedad de evitar la percepción del desplacer y procurar un placer inmediato. Freud supone que nuestro organismo, en estado natural, posee sustancias análogas a los estupefacientes -hipótesis hoy confirmada por el descubrimiento de las endomorfinas- y considera los dos aspectos consecutivos a la introducción de los estupefacientes: bienestar por alejamiento de la realidad, y daño potencial por el riesgo de huir de ella.

Señalemos la pertinencia del término estupefaciente para designar esta situación: la sustancia tóxica confunde sueño y realidad, provocando euforia o narcosis (torpeza, adormecimiento). Citando a Gœthe, Freud habla de un “rompeproblemas” (Sorgenbrecher) gracias al cual es posible sustraerse a la realidad y refugiarse en su propio mundo:               

“Esta cara vida se preocupa por darnos preocupaciones,

el rompeproblemas es el fruto de la vid.”

Gœthe se refiere, pues, al vino, símbolo del estupefaciente europeo. Cada sociedad, cada continente ha cultivado el suyo: coca y tabaco en América, amapola en Asia, cannabis en África, alcohol en Europa. “La acción de los estupefacientes en el combate por la felicidad y por el alejamiento de la miseria resulta tan beneficiosa, que los individuos y los pueblos le han atribuido una sólida posición en su economía libidinal”, escribe Freud[10].

Pero volvamos a nuestra pregunta : ¿puede existir una sociedad sin droga? Algunos calificarán semejante proyecto de utópico, porque supone una sociedad lo suficientemente ideal como para abolir las fuentes de injusticia y las demás grandes causas de insatisfacción y sufrimiento. Sin embargo, los programas internacionales (por ejemplo, el adoptado en 1998 por le asamblea general de la ONU) apuntan a erradicar la droga. Para medir las dificultades de aplicación de este programa conviene tomar en cuenta no sólo el consumo de las sustancias, sino también su producción. Dejemos de lado la economía libidinal de Freud y consideremos, simplemente, la economía.

 

III. Un  mercado gigantesco

Alain Labrousse, ex director del Observatorio geopolítico de las drogas, estima que la droga y su blanqueamiento producen una renta del orden de 150 a 200 billones. Aunque es una cantidad modesta en comparación con los activos acumulados por la grandes empresas transnacionales [11], semejante suma ejerce un impacto considerable sobre la economía mundial. Se trata de un sector de mercado extremadamente dinámico. Cuando el consumo de heroína disminuyó en Europa, los productores lograron abrir nuevos mercados en Irán, Asia central y China. Por otra parte, los productos más consumidos actualmente en el mundo son la resina de cannabis (“haschisch”) y las drogas de síntesis, estimulantes de tipo anfetamínico que se producen en Birmania, China, Taiwán y Filipinas, y cuyo consumo aumenta de manera exponencial en Europa, EEUU y Asia. Labrousse prevé el fracaso del programa adoptado en 1998 por la ONU para la reducción de los cultivos ilícitos en el término de 10 años. Las razones son múltiples: guerras civiles, subvenciones agrícolas de los países ricos e intereses geopolíticos de estos mismo países. Como ejemplo de este último punto menciona el caso de Marruecos, primer productor mundial de cannabis, que mantiene excelentes relaciones diplomáticas y comerciales con los países occidentales.

Jean de Maillard, juez especializado en el estudio del blanqueamiento de la droga, confirma el lúcido análisis de Labrousse y refiere una inquietante confusión entre sistemas legales e ilegales. Describe un sistema económico y financiero permeable a la criminalidad organizada, mafia que goza de la complicidad de bancos y juristas, y que funciona protegida por sociedades comerciales e industriales oficiales.

Nicole Maestracci habla de las “indignaciones electivas” de los países desarrollados. Por ejemplo, numerosos franceses estigmatizan a los adeptos del cannabis, pero pocos saben que el 90 % del cannabis consumido en Francia proviene de Marruecos [12], cuyos gobernantes mantienen excelentes relaciones con los gobiernos franceses. También recuerda que los países desarrollados se han enriquecido considerablemente con las drogas ilícitas, por ejemplo Inglaterra en el siglo XIX. Mientras gobernaba la India, el imperio británico organizó un comercio triangular: el opio proveniente de la India se importaba masivamente en China, y los beneficios se capitalizaban en Inglaterra. Por otra parte, en 1839 y 1856 este comercio ocasionó dos guerras con la China, que trataba de prohibir el opio. Como resultado de ello, a fines del siglo XIX, uno de cada diez chinos era opiómano, y “en 1875, los beneficios de este comercio representaban el 41 % de los recursos que la Corona obtenía en las Indias británicas”[13]. Actualmente la prohibición mundial afecta sobre todo a los países productores de cocaína, opio y cannabis, que son los más pobres.

Para los productores, la droga, ilícita o no, es una mercadería como cualquier otra, que ha comercializarse en todo el mundo. Daremos un solo ejemplo. Gracias a diferentes medidas, como la información sobre los daños del tabaquismo activo y pasivo, en Francia se logró crear conciencia sobre los 60.000 decesos atribuibles al tabaco, primera causa de mortalidad evitable (uno de cada tres cánceres). Aun los fumadores aceptaron bien la ley que, en 1991, prohibió la publicidad y el uso del tabaco en los lugares públicos. ¿Cómo reaccionaron los grandes comerciantes de tabaco? Compensando la disminución de sus ganancias en los países ricos con la apertura de nuevos mercados en los países pobres. “La industria del tabaco buscó rápidamente en Africa y Asia los mercados que había perdido en los países desarrollados, tratando sobre todo de desarrollar la dependencia en los jóvenes.”[14] Esto nos lleva a examinar el problema central de la dependencia a la droga.

 

IV. Uso, abuso y dependencia

“Depender de” significa no poder prescindir de algo o de alguien: la persona dependiente ha perdido su autonomía. En la actualidad, los especialistas distinguen tres aspectos constitutivos de este proceso: el primero es el simple uso en busca de placer. El segundo, el paso al exceso, del que resultan problemas sanitarios y sociales. El tercero se caracteriza por la dependencia en sí, con aparición de la necesidad incontrolable de reproducir la acción que procura placer.  Esta dependencia puede ser sólo psíquica, con modificación del estado de conciencia en una persona que percibe levemente la falta del producto. La dependencia física supone una modificación de las reacciones fisiológicas con aparición de manifestaciones dolorosas cuando se interrumpe el suministro de la droga, es decir, en situación de abstinencia. En el paso del uso al abuso y de éste a la dependencia se observa una gran disparidad individual, explicable por la multiplicidad de los parámetros genéticos, históricos (educación, familia) y sociales. De ello se deriva la noción actual de mayor o menor “vulnerabilidad”.

Hoy en día algunos médicos ven la dependencia como una enfermedad del cerebro y de las emociones. “Si no consideramos a la dependencia como una debilidad, sino como una enfermedad del cerebro, es obvio que la voluntad resulta insuficiente, y sólo representa una pequeña etapa hacia la curación”[15]. Esta medicalización de la dependencia adoptada por William Lowenstein resulta coherente con su proyecto de abandonar la visión culpabilizante, a la que califica de “medieval”. Por otra parte, se basa en trabajos neurobiológicos recientes que han detectado en el organismo un aumento de dopamina tras la introducción de sustancias psicoactivas. Estos trabajos también destacan la oposición entre el cerebro cortical -racional-, y el cerebro de los sistemas mesocorticolímbicos -emocional-, que interviene en el mecanismo de recompensa y actúa tiránicamente con respecto al primero [16]. ¿Qué pensar de esta concepción? Por muy debilitada que esté la voluntad, y a pesar de todos los determinismos, incluidos los biológicos, sigue existiendo la libertad.

A principios del siglo XX, para hablar de la dependencia con respecto a las sustancias psicoactivas, empezaron a utilizarse los términos toxicomanía y toxicómano. Desde hace unos veinte años se prefiere adictología y adicto. Una atenta revista del tema nos autoriza a decir que no hay diferencia alguna entre adicción y dependencia. La adictología, importación lingüística del inglés, destacaría el matiz esclavizante de la dependencia (en latín, addictus designaba al esclavo por deuda). Esta asimilación parece pertinente, siempre que se recuerde que los esclavos de la antigüedad podían abrigar la esperanza de ser liberados.

Sería más interesante preguntarse de qué manera son dependientes las personas adictas, poniendo el foco más en las conductas que en los productos y borrando la distinción entre drogas ilícitas y lícitas. Puesto que estas últimas comprenden el alcohol, el tabaco y los psicofármacos, cabe señalar tres puntos. Primero: la magnitud del consumo de medicamentos psicotrópicos en Francia, parcialmente desviado de las prescripciones. El Observatorio francés de las drogas y las toxicomanías señala que dentro de la franja de 55-75 años, aproximadamente una de cada tres mujeres y uno de cada cinco hombres han consumido psicofármacos en los últimos doce meses [17]. Segundo: existen adicciones sin drogas, sin sustancias, como por ejemplo los deportes intensivos, la ciberdependencia y el juego patológico. Sabido es que algunos jugadores se endeudan hasta quedar totalmente excluidos del ambiente laboral y familiar. El juego patológico (que afecta a un 0,5-1 % de personas en Francia y a un 2 % en los EEUU) obedece a mecanismos comparables a los de la droga.  “Mediante la RMN funcional, unos investigadores estadounidenses han observado que las zonas activadas (circuito de recompensa) durante el juego por dinero se activan también por la toma de drogas euforizantes como la cocaína.”[18] Tercero: en lugar de establecer una oposición entre drogas duras y blandas resulta preferible hablar de uso duro o blando de las drogas. Por ejemplo: el alcohol puede utilizarse de modo duro, y el cannabis puede utilizarse de modo blando, como simple relajante. Echemos una ojeada a esta sustancia tan difundida.

 

V. De los peligros del cannnabis

En 2003, el Observatorio antes mencionado publicó los siguientes valores de consumo de cannabis en Francia: 9,5 millones de experimentadores, 3,2 millones de usuarios ocasionales, 600.000 usuarios regulares y 350.000 usuarios de todos los días. Otro estudio publicado el mismo año mostró que, en los jóvenes de 17 años, el porcentaje de los que experimentaron el cannabis se duplicó entre 1992 y 1999. Entre los 17 y los 19 años, un 48,9 % de las mujeres y un 58,3 % de los hombres declararon haber consumido cannabis. En esa misma franja de edades había un 14,7 % de consumidores “regulares” (10 días o más por mes). Sólo un 6,3 % del conjunto consumía a diario[19].

La mayoría de los jóvenes consumidores no se consideran dependientes. El riesgo de dependencia al cannabis es, por cierto, muy bajo. Un informe colectivo del INSERM (2001) se refiere a “estudios estadounidenses que evalúan en aproximadamente un 5 % la proporción de sujetos con riesgo de dependencia al cannabis”[20]. En comparación, el tabaco crea dependencia con mucho mayor facilidad. Por otra parte, el cannabis no destruye los sistemas intracerebrales, como en cambio sí lo hacen el alcohol y la cocaína, a veces de manera irreversible.

A propósito del cannabis, conviene rectificar dos ideas erróneas. La primera le atribuye un poder de escalada hacia drogas como la cocaína y la heroína, cuando en realidad sólo un 4 % de los fumadores de cannabis se convierten en heroinómanos. La segunda atañe a la relación con la esquizofrenia. El cannabis podría revelarla o agravarla, actuando sólo como factor desencadenante de una esquizofrenia subyacente. En ese mismo orden de ideas se sitúan los trastornos psiquiátricos observados en fumadores de cannabis predispuestos (personas frágiles, que presentan ataques de pánico o fases de despersonalización). Se ha llegado a identificar un trastorno específico, llamado psicosis cannnábica, que da accesos delirantes con muy frecuentes alucinaciones, en particular visuales. Pero este tipo de alteración sólo aqueja a una ínfima proporción de los consumidores de cannabis, “estimada en un 0,1 % según un estudio sueco”[21].

Además -exceptuando el riesgo de cancerización por el hecho de fumarlo en asociación con el tabaco-, el cannabis no mata (los receptores cannabinoides se expresan escasamente en los centros respiratorio y cardiovascular), pero ello no significa que sea inocuo, aun en sujetos que no presentan ninguna predisposición psíquica. En dosis altas puede provocar un estado de somnolencia con euforia llamado ebriedad cannábica, y después trastornos de la memoria y del lenguaje. Aunque estas manifestaciones son reversibles, resultan inquietantes cuando afectan a jóvenes de edad escolar. Por otra parte, el rendimiento psicomotor y cognitivo se altera tanto más cuanto más joven es el alumno, y en algunos casos se llega a la “desescolarización”.

En dosis moderadas, el cannabis produce un estado -buscado- de euforia y bienestar, con trastornos cardiovasculares y digestivos leves. También puede ocasionar tos, sin duda debido al efecto irritante de los alquitranes del cannabis, comparable al de los alquitranes del tabaco. ¿Qué argumentos podrían oponerse a que el cannabis se venda libremente, al menos a los adultos, como el tabaco y el alcohol? ¿Acaso estos últimos productos, de expendio libre, no suponen también ciertos riesgos sanitarios y sociales?

 

VI. ¿Qué dice la ley de todo esto?

En Francia, el debate público sobre las drogas ilícitas surgió principalmente en torno al cannnabis. Los partidarios de la despenalización se oponen a los de la prohibición, basada en la ley de 1970 sobre el uso y la detención de drogas ilícitas, que prevé penas de prisión para el uso simple. Una circular de 1999, más suave, indica que “la prisión firme de un usuario que no haya cometido ningún delito conexo sólo debe emplearse como último recurso”[22] y recomienda sanciones alternativas, en particular la sentencia en suspenso con período de prueba. Previamente, el fiscal ya contaba con un amplio margen de maniobra para pronunciar sanciones diferentes de la privación de libertad: multas, trabajos de interés general, suspensión de la licencia de conducir, incitación al tratamiento, etc.

A menudo se considera que la ley de 1970 no se aplica a los usuarios porque no hay cómo hacerlo. Nicole Maestracci sostiene lo contrario. Las encuestas del Ministerio de la Justicia muestran que de cada 10 personas detenidas por uso de droga ilícita, 2-3 quedan libres de inmediato, 6-7 son condenadas a medidas alternativas y 1-2 son objeto de un verdadero proceso judicial. Un número no desdeñable termina en la cárcel: “... en 2000, 197 personas fueron encarceladas tan sólo por el delito de consumir estupefacientes”[23]. En 2002 se pronunciaron 560 condenas, 158 de las cuales fueron firmes, por uso simple[24]. En Europa, de los países que sancionan penalmente el uso del cannabis, tan sólo Francia y Grecia siguen previendo penas de prisión.

De cara a esta situación, excepcional en un país democrático, algunos proponen una legalización controlada, no sólo del cannabis, sino también de las drogas actualmente ilegales, o al menos de algunas de ellas. Francis Caballero, profesor de Derecho y presidente del Movimiento de liberalización controlada, sostiene que el debate no debería limitarse a escoger entre prohibición y despenalización, y agrega otras dos soluciones posibles: la reducción de los riesgos y la legalización controlada. Cada una de las cuatro opciones ofrece ventajas e inconvenientes [25].

La prohibición (ley francesa de 1970) tiene la ventaja intelectual de ser simple y extensible a todos los estados. Sin embargo, cabe criticarla desde los puntos de vista económico (porque justifica el tráfico), social (aumenta el precio de los productos), jurídico (satura las cárceles) y sanitario (provoca accidentes por consumo de sustancias no controladas). En los años 90, pues, apareció un segundo sistema “de reducción de los riesgos” basado en medidas de tres tipos: distribución de jeringuillas, programas de sustitución de los opiáceos (metadona, buprenorfina) y reconocimiento de ciudadanía para los toxicómanos. A no dudarlo fue exitoso, ya que redujo fuertemente la contaminación por el VIH y por el virus de la hepatitis C al tiempo que hizo disminuir el consumo de heroína. Sin embargo, este sistema, que es el que prevalece en la actualidad, sigue coexistiendo con la prohibición. Se ha propuesto entonces un tercer sistema que prevé la despenalización, con la ventaja de evitarles a los jóvenes la experiencia carcelaria y permitir que los adultos consuman si lo desean, siempre que no alteren el orden público. Esta solución, más adecuada a una sociedad democrática, tendría el inconveniente de beneficiar a los traficantes y dificultar las investigaciones de la policía sobre sustancias producidas y distribuidas ilegalmente. La incoherencia de la despenalización se resolvería adoptando una cuarta solución, la de la legalización controlada, que comprende dos aspectos: las drogas actualmente ilícitas (o al menos algunas de ellas) se venderían libremente, pero bajo control del estado, porque la producción y la distribución estarían a cargo de sociedades oficiales.

Este sistema tendría al menos dos ventajas: la de sustituir por un impuesto nacional las utilidades actuales de los traficantes y la de proteger la salud pública gracias a la calidad de los productos. No obstante, sería ingenuo e irresponsable suponer que bastaría para resolver todas las dificultades propias de la cuestión. Actualmente está prohibida la venta de alcohol y tabaco a los menores, y sería coherente extender tal prohibición a los productos que se vendieran libremente a los adultos. Ahora bien: los jóvenes son los primeros consumidores de las drogas hoy ilegales, lo que hace sospechar que muy probablemente se constituiría un nuevo tráfico destinado a ellos. Por otra parte, el sistema sólo tendría algunas posibilidades de resultar eficaz si las convenciones internaciones para los estupefacientes establecidas desde principios de la década del 60 lo adoptaran, sin lo cual es de prever que se desarrollarán nuevas transacciones ilegales en las fronteras. Como ejemplo, recordemos que cuando Francia aumentó el precio del tabaco aplicándole un impuesto nacional del 80 %, la falta de armonización fiscal, cuando menos a nivel europeo, permitió que de inmediato se organizara el contrabando de cigarrillos.

Sin embargo, este tipo de riesgo no debería obstaculizar cierta legalización controlada de determinados productos hoy ilícitos, consumidos en Francia por cerca de 5 millones de personas. Al mismo tiempo se podrían organizar campañas de prevención sobre los peligros de las sustancias ilegales, como actualmente se hace, con éxito, respecto del tabaco. En definitiva, individualmente se puede ser un feroz adversario de todo producto que de modo objetivo agrede y destruye a las personas, posición personal del autor de estas líneas, y al mismo tiempo admitir la solución de legalización controlada, cuyas modalidades de aplicación deberán estudiarse con mayor precisión. No se trata, pues, de una opción individual, sino de una elección en el plano social. Desde este punto de vista, la legalización controlada no sólo resulta más lógica intelectualmente, sino también más sana políticamente.

 

VII. De la servidumbre a la libertad

Volvamos al individuo y preguntémonos qué es lo mejor que podría elegir para conducirse en la vida. Dicho de otro modo, desplacémonos de la política a la ética, con una salvedad: le ética responde a las preguntas “¿cómo vivir”?, ¿qué es una buena vida?, ¿cuál es la mejor vida para cada uno?” La ética es personal, propia de cada uno. La moral, en cambio, única y universal, está regida por el deber, y responde a una pregunta muy diferente: “¿qué debo hacer?” Marcel Conche ha resumido acertadamente lo esencial de tal diferencia: “Distingo... la ética, manera en que cada uno organiza libremente su propia vida, y la moral, conciencia de la existencia de deberes incondicionales, dentro del límite de los cuales se despliega la libertad ética.”[26] Ahora bien: el drogadicto, movido por el deseo irrepresible de satisfacer su pasión, también reivindica su libertad ética. ¿Cómo podríamos interrogar este deseo basándonos en la reflexión ética? Apoyémonos en la Ética de Spinoza [27]. Como toda ética, también ésta es particular, puesto que depende de un sistema filosófico. Sin embargo, tiende hacia una sabiduría, hacia una plenitud, y trata de dirigir nuestras acciones bajo el reinado de una Razón accesible a todos. Por otra parte, Spinoza sitúa el deseo en el centro de su sistema. Lo define como la esencia del hombre en una ética concreta de conquista de independencia. Examinemos brevemente algunos elementos imprescindibles para comprenderla antes de aplicarla a nuestro problema.

Spinoza establece una oposición entre un conocimiento de las ideas adecuadas, marca de nuestra actividad, y las ideas inadecuadas, recibidas pasivamente. Estas últimas se refieren a afecciones, las cuales, a su vez, se definen como ideas por las que nuestro alma -es decir la conciencia de nuestro cuerpo- afirma una fuerza de existencia de dicho cuerpo, mayor o menor que antes. Un punto central en Spinoza: de dichas afecciones nacen los deseos, es decir, esfuerzos para actuar (en términos modernos diríamos “dinámicas psíquicas”). Ahora bien, el deseo es una dinámica por la cual un humano se esfuerza en perseverar en su ser, pero algunos de esos deseos son buenos y otros malos. Estos últimos nacen de las afecciones que nos dominan, fuerzas exteriores que ignoramos. Quienes las experimentan están sujetos a las pasiones, deseos ciegos. A la inversa, los buenos deseos ayudan a concebirse adecuadamente, fin último de un humano dirigido por la Razón. Así pues, se puede oponer un hombre libre conducido por la Razón, que sabe lo que hace, a un siervo dirigido por la opinión, que  ignora lo que hace en absoluto.

Apliquemos este razonamiento a la cuestión de la droga. Invirtiendo la definición platónica del deseo, Spinoza  pretende que no deseamos una cosa porque sea buena, sino que es buena porque la deseamos. ¿Qué le contestaría a un drogadicto que defendiera su deseo de droga como algo bueno, precisamente porque la desea? A no dudarlo, que su deseo corresponde a unas ideas inadecuadas, a unas fuerzas determinadas por cosas exteriores. Son pasiones, marcas de nuestra impotencia, conocimientos mutilados que disminuyen nuestra potencia de acción. También contestaría que un deseo se combate con un otro mayor, más fuerte. ¿Cuál? En este caso, un deseo de salud. Spinoza, pues, opondría la debilidad de un deseo en cambio perpetuo a la fuerza mayor del deseo estable de conservación de la salud.

Por último, distinguiría lo preferible de un mayor bien futuro y un menor presente. De este modo indicaría el camino que lleva de la servidumbre o impotencia de un humano bamboleado por causas exteriores, incapaz de contento interior, a un proyecto de libertad para quien vive bajo la conducta de ideas adecuadas acordes con la Razón. En este recorrido de la servidumbre a la libertad, es decir, de la IV a la V parte de la Ética, Spinoza no deja de sostener que los individuos gobernados por la Razón, apasionados por la libertad, desean para los demás lo que desean para sí mismos, buscando lo que es más útil para cada uno: el conocimiento claro y distinto, la mejor parte de cada uno.

Obviamente, esta ética constructora de autonomía se sitúa en las antípodas de la dependencia de la droga, que muchos autores consideran una esclavitud. Con Spinoza, hablemos de servidumbre. En lugar de condenarla, este autor nos incita a forjar un deseo más fuerte, más pleno. Por lo demás, no confundamos esta servidumbre con el uso, ni el siervo con el usuario. En definitiva, ello nos sirve para contestar mejor nuestra pregunta inaugural. La droga, lícita o ilícita, sirve sin duda como remedio para las dificultades de la existencia. Algunas organizaciones militan por la erradicación total, lo que a primera vista parece un proyecto loable. Sin embargo, desconfiemos de esta concepción utópica que se regodea con el fantasma de una armonía perfecta en una sociedad sin conflictos ni dolores. Por el contrario, inspirémonos en la utopía positiva de la construcción de un mundo mejor, más fraterno, una utopía suficientemente realista como para dejarle a la droga un lugar muy pequeño. Freud consideraba que el recurrir a la droga, es decir, la intoxicación, era un método grosero y al mismo tiempo eficaz. Otros, más austeros, hablan de placeres fáciles. En todo caso, conviene evitar que el remedio se vuelva peor que la enfermedad, que se convierta en veneno. Hay que hacer lo necesario para que la búsqueda de alivio y liberación no se transforme en autoencarcelamiento, en privación de la libertad.

 

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17 Août 2007

 

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[1]O. Bloch et W. Von Wartburg, Dictionnaire étymologique de la langue française, 6e éd., París, PUF, 1975, p. 204.

[2]Art. « Drogue », in Emile Littré, Dictionnaire de la langue française, Gallimard/Hachette, 1960 T. 3, p. 299.

[3]Art « Drogue », in LE PETIT ROBERT, 1996, p. 688.

[4]Jan Volak y Jiri Stodola, Plantes médicinales, Ilustraciones de Frantisek Severa, París, Gründ, 1983, p. 28.

[5]D.S. Inaba y W.E. Cohen, Excitants, calmants, hallucinogènes, Padoue, Piccin, 1997, p. 301.

[6]Nicole Maestracci, Les drogues, París PUF, 2005, p; 7, definición escogida por la autora a partir de D. Richard et J.L. Senon, Dictionnaire des toxicomanies et des dépendances, París, Larousse, 1999.

[7]Sigmund Freud, Malaise dans la culture (1930), OCP, XVIII, París, PUF, 1994, p. 261.

[8]Ibid., p. 272.

[9]Ibid., p; 264.

[10]Ibid., p. 265.

[11] Entre 1980 y 2000, el monto de los activos acumulados de las grande empresas transnacionales pasó de 1000 billones a 6300 billones de dólares. Cf. Thomas Coutrot, Démocratie contre capitalisme, París, La Dispute, 2005, p. 10 y n° 9.

[12]Nicole Maestracci, Les drogues, op. cit, p. 24.

[13]Ibid., p. 77.

[14]Ibid., p. 25.

[15]Dr. William Lowenstein, Ces dépendances qui nous gouvernent. Comment s’en libérer ?, Calman-Mévy, 2005, p. 23.

[16]Jean Adès, « De l’addiction aux addictions », in Abstract psychiatrique, n°8, junio 2005, p. 27.

[17]Observatoire français des drogues et toxicomanies, Drogues et dépendances. Indications et tendances, 2002, p. 198.

[18]Dr. William Lowenstein, Ces dépendances qui nous gouvernent. Comment s’en libérer ?, op. cit., p. 193.

[19]François Beck y Stéphane Legleye, Drogues et adolescences. Usages de drogues et contextes d’usage entre 17 et 19 ans, évolutions récentes. ESCAPAD 2002, O.F.D.T., setiembre 2003, p. 68 y 90.

[20]Jeanne Etiemble (Coordinación científica), Expertise collective. Cannabis : quels effets sur le comportement et la santé ?, Inserm, Département de l’information scientifique et de la communication, noviembre 2001, p. 3.

[21]Idem.

[22]Observatoire français des drogues et toxicomanies, Drogues et dépendances. Indications et tendances, 2002, op. cit.,  287.

[23]Nicole Maestracci, Les drogues, op. cit., p. 106..

[24]MILDT (Mission interministérielle de lutte contre la drogue et la toxicomanie), Plan gouvernemental de lutte contre les drogues illicites, le tabac et l’alcool 2004-2008, p. 42.

[25]Francis Caballero, « Faut-il libérer les drogues ? », in Parcours, n° 19/20, GREP, Toulouse, 1999, p. 49-90. Cf. aussi, F. Caballero e Y. Brissou, Droit de la drogue, Paris, Dalloz, 2000.

[26]Marcel Conche, « Naturalisme et matérialisme métaphysiques », Bulletin de la société française de philosophie, Séance du 19 mars 2005, T. XCIC, N° 3, Paris, Vrin, 2005, p. 35.

[27]Spinoza, Ethique, París, Garnier/Flammarion, 1965, partes IV y V, p. 217-341 passim.­­