Prefacio a « Clave de son », de Bernard Auriol,

por Jean-Claude Risset

 

 
 

 

He aquí una obra ambiciosa acerca del sonido. Una rareza.

El sonido es el gran olvidado de nuestra civilización. Imprenta, televisión, fotocopia : lo visual oblitera lo sonoro. La imagen reina. La imagen designa, describe, fascina, es instantánea, sinóptica, se abarca de una sola mirada. El sonido obliga a escuchar, a prestar atención, se inscribe en el tiempo. Tiempo : lujo del hombre de hoy, del hombre apresurado.

El sonido suele diluirse en la música funcional que inunda radios, supermercados y aeropuertos. Otras veces no es más que un subproducto o un desperdicio. Polución efímera, por cierto, pero invasora. También el silencio es un lujo.

La grabación y la electricidad han cambiado nuestra relación con el sonido y, felizmente, no siempre para empobrecerla. Verba volant, scripta manent ya no quiere decir gran cosa. A nuestro alcance, como en conserva, contamos con los testimonios sonoros más diversos : ruidos de la naturaleza, músicas de otros tiempos y otras civilizaciones. Hoy el sonido no proviene necesariamente de vibraciones de objetos identificables, visibles, palpables. Las máquinas eléctricas o electrónicas, el ordenador que Max Mathews habilitó para elaborar el sonido, abren posibilidades inéditas. John Chowing y el autor de este prefacio las han aprovechado para investigar y componer sin limitarse al uso de sonidos preexistentes, tratando de concebir el sonido en sí, esculpirlo, estirarlo, colorearlo, modelarlo y metamorfosearlo a su antojo. Crear sonidos « paradójicos », ilusiones auditivas (« error de los sentidos, verdad de la percepción », al decir del fisiólogo Purkinje). En la cuerda sensible de los mecanismos auditivos, crear sonidos que a la vez se aproximen y se alejen de los sonidos familiares, escapando a las exigencias mecánicas para hacer surgir ambientes sonoros virtuales, para evocar un universo imaginario e inmaterial. Podemos -podríamos- vivir « la experiencia acústica », según la expresión del compositor François Bayle, de una manera totalmente novedosa.

Pero lo que salta a la vista prevalece sobre lo que se oye. Se dedican más esfuerzos, investigaciones y créditos a lo visual que a lo sonoro. Y se llega a extremos absurdos cuando un arquitecto como Frank Lloyd Wright diseña soberanamente una sala de conciertos de forma reñida con la acústica. Las fundas de los discos de vinilo se venden más caras que los propios discos. En el teatro o el ballet, la iluminación se elabora y dosifica con muchísimo cuidado, pero el sonido suele ser de pésima calidad, o ensordecedor, o ambas cosas a la vez. Lo sonoro se conoce poco y se comprende mal. Exceptuados algunos esfuerzos insólitos, poco se difunde lo que se sabe acerca de él. Pierre Schaeffer, hombre de la radio, ha propuesto una música « concreta » y un solfeo del objeto sonoro. Claude Lévi-Strauss ha insistido sobre la urgencia de recolectar los testimonios sonoros de civilizaciones en vías de desaparición. Murray Schaeffer, compositor canadiense, preconiza desde hace décadas la ecología auditiva y la defensa del patrimonio sonoro. Han trabajado en ello instituciones como la Unesco, la universidad Simon-Fraser de Vancouver y el consorcio Hombre-Teconología-Ambiente acústico dirigido por Valeri Nosulenko en la URSS. En Francia, la asociación Espaces nouveaux aborda el estudio del diseño sonoro, tanto como el del ambiente sonoro arquitectónico y urbano. Emile Lepp ha intentado conciliar la ciencia acústica académica con la realidad compleja de los hechos musicales. Alfred Tomatis, de quien volveré a hablar, ha basado su práctica terapéutica en la escucha.

Bernard Auriol, psiquiatra, lleva el mismo camino. En este libro precioso da testimonio de sus experiencias y reflexiones, y relaciona diversos aspectos del mundo de los sonidos con el ser humano y sus profundidades.

Porque la escucha es una experiencia originaria. Antes de ver -antes de nacer-, escuchamos. Y el sonido cumple una función vital de alerta, de delimitación del territorio o de llamado sexual en numerosos animales. El sonido rodea, envuelve, penetra. El oído no tiene párpados. El sonido enlaza, reúne, en el sentido etimológico de la palabra « religión ». Quien pierde la vista se siente más dependiente, pero menos aislado que quien deja de oír. El compositor André Jolivet solía recordar que la música hunde sus raíces ancestrales en la expresión mágica de la religiosidad de los agrupamientos humanos.

El sonido puede ser poema, canto, encanto, sortilegio, música. Y es, por supuesto, vehículo de la palabra, medio de comunicación privilegiado entre los hombres. La ciudad democrática griega no debía ser demasiado extensa, de manera que todos los ciudadanos pudieran escuchar a los oradores que debatían en el ágora sobre la cosa pública. Para que sus discípulos no se distrajeran, Pitágoras hablaba detrás de una cortina (si escucho mal, no entiendo nada). Hitler fanatizaba a sus auditores por radio (según McLuhan, la televisión hubiera ido en contra de su popularidad).

La obra de Bernard Auriol dice mucho sobre los sonidos y sobre la escucha. No es en modo alguno una enciclopedia, pero reúne cantidad de informaciones provenientes de diversas disciplinas. Arriesga algunas hipótesis, sin refugiarse tras el argumento de autoridad. El doctor Auriol es clínico, terapeuta. Su oficio consiste en aliviar el sufrimento psíquico. Pero su práctica se acompaña de una preocupación permanente por la investigación y la evaluación. Ha escrito una Introducción a los métodos de relajación que ayuda a orientarse entre los métodos para acceder a un benéfico « despertar paradójico ». En el presente libro describe métodos de curación que emplean la modificación de la escucha por medios electrónicos : la alteración de las perspectivas, de las dosificaciones auditivas, la puesta en duda del universo sonoro pueden ayudar a deshacer hábitos y bloqueos.

El pionero de las curas sónicas es el ya mencionado Alfred Tomatis, blanco de cuestionamientos y críticas. A diferencia de Bernard Auriol, Tomatis no conoce apenas la duda, pese a que algunas de sus premisas parecen verdaderos inventos. Pero también tiene sus defensores, y nadie puede negarle el gran mérito de habernos recordado elocuentemente la existencia del oído.


Mis propias investigaciones se refieren a la música y sus sonidos, de modo que no pretendo juzgar la pertinencia de las teorías y las prácticas psiquiátricas y terapéuticas expuestas en el libro de Bernard Auriol. Me intriga la hipótesis de trabajo de una « posición de escucha » capaz de inducir una deficiencia auditiva. Sus fundamentos me parecían problemáticos. Sin embargo, lo son mucho menos desde que los fisiólogos han demostrado los mecanismos activos de la cóclea que, por una orden del cerebro, pueden poner en acción músculos que aumentan la selectividad del oído en tal o cual zona de frecuencias («aguzar las orejas»).

Pero en modo alguno se necesita ser un especialista para abrir este libro e interesarse por sus comparaciones, sus puntos de vista originales y estimulantes. Por ejemplo, a propósito de los órganos de la audición y del equilibrio, se evocan dos artes inseparables : la música -movimiento de los sonidos- y la danza -movimiento de los cuerpos-. « La filosofía es importante ; pero la música, señor, la música... Música y danza, es cuanto necesitamos. » (Molière, El burgués gentilhombre). Más adelante, Bernard Auriol sugiere que el placer de la música hunde sus raíces en la vida prenatal : reviviscencia de los primeros sonidos y movimientos vividos a ciegas. Naturalmente, la música asocia la pulsión y la organización, lo espontáneo y lo discursivo : las músicas y sus gramáticas. Conviene recordar que el musicólogo vienés Heinrich Schlenker, analizando la música tonal, había forjado, cincuenta años antes que Noam Chomsky, el concepto de gramática generativa. A la manera de la música, los relatos míticos (Lévi-Strauss) y el inconsciente (Lacan) están estructurados como lenguajes. También la danza, que tiene su vocabulario, su gramática y hasta, según sostienen algunos, su doble articulación.

« Quien no honra la música no es digno de ver el día » dijo Ronsard. Se puede especular sin fin sobre el porqué de la influencia de la música, júbilo de la escucha gratuita, « placer delicado de una ocupación inútil ». Según Leibniz, la música es un cálculo secreto que el alma realiza sin saberlo. Suzan Langer señala la analogía entre las operaciones perceptivas que suscita la música y los movimientos del alma. Para el teórico Leonard Meyer, la experiencia primera de la música es una dialéctica de expectativas cumplidas o frustradas : la disposición del oyente puede poner en primer plano el aspecto cerebral, sensorial, emotivo o connotativo, el cálculo de las proporciones, los sonidos y los colores, los movimientos arcaicos y arquetípicos, o las referencias a lo extramusical. Numerosos son quienes, como el compositor Luciano Berio, consideran que la música nos habla de nuestra condición, de nuestro lugar en el mundo, de lo que nos supera. La música parece situarse en las fronteras del orden y el caos, a la vez sorpresa y dominio del futuro. Como lo sugiere Bernard Auriol, tal vez reúna los ritos sonoros socializados con los recuerdos inconscientes del albor de nuestra vida. Pese a las diferencias considerables entre los oyentes, su pasado y sus escuchas, el fenómeno musical suele funcionar y apoyarse sobre un fondo común de intersubjetividad.

Todo esto es tan sólo especulación. No sé mejor que otros qué es la música. Pero a menudo estoy seguro de que hay música. « La belleza está en el ojo de quien mira » : también este proverbio árabe olvida el oído. Hasta la más gratuita y funcional de las emisiones sonoras animales puede ser música. He aquí uno de mis recuerdos más vívidos : mil motivos sonoros virtuosos y embriagadores brotan, en la selva australiana, de un ave lira embrujada, perdida, insaciable de su canto. Indiferencia de la hembra destinataria de esta demostración sonora y, sin embargo, milagro inolvidable de una creación efímera. « Pero, ¿eso es arte ? » Es, en todo caso, una experiencia musical intensa. Según el compositor François-Bernard Mâche, « el siglo XX musical trata de redefinir, esforzadamente, un contacto entre los universales míticos siempre vivos, el mundo de los nuevos sonidos creados por el hombre y los sonidos inmemoriales de la naturaleza ».

La obra de Bernard Auriol invoca tanto los mitos y los arquetipos ancestrales -Eco y Narciso- como las técnicas nuevas, sin las cuales no podrían existir las terapias sonoras que describe. Su hilo conductor : la clave de son, la escucha.

La escucha, manera de tocar a distancia, de una sensibilidad exquisita. Bernard Auriol recuerda que somos capaces de percibir vibraciones tenues que provocan, en la membrana timpánica, desplazamientos mucho menores que un átomo de hidrógeno. Preservemos cuidadosamente las estructuras delicadas del oído. La audición -proceso activo, como se indica al principio del libro- realiza prodigios para desenredar el magma sonoro y extraer una información increíblemente precisa y diferenciada. ¿Qué máquina podría distinguir entre dos sonidos que llegan al oído con igual nivel físico -por ejemplo, cincuenta decibelios- y establecer que uno proviene de una fuente lejana y potente, mientras que el otro se ha emitido de modo suave, pero muy cerca ? Y sin embrago, es lo que hacemos normalmente. Los análisis que la audición practica de modo incesante nos permiten distinguir sonidos múltiples, simultáneos o sucesivos, asignar su origen a fuentes sonoras diferentes, evaluar las posiciones, y aun las dimensiones de dichas fuentes, inferir los modos de producción sonora, etc. Una verdadera proeza, si recordamos que cada oído recibe tan sólo una variación de presión, una información ínfima. El psicólogo Albert Bregman propone una analogía esclarecedora : suponiendo que, desde la orilla de un lago, alguien mirara dos corchos que flotan, movidos por las olas que se propagan en la superficie del agua, ¿no sería prodigioso que, a partir de lo que ve, el observador lograse deducir dónde se encuentran y hacia dónde nadan los peces que han dado origen a las olas ?


Permítaseme evocar aquí algunos paisajes sonoros que he experimentado, y que son testimonio de las simples maravillas del mundo sonoro y de la extrema fineza de la escucha « acusmática » de las fuentes invisibles. En Trébeurden (Bretaña), detrás de un seto de aulagas, la ubicuidad de los sonidos del mar calmo - mil burbujas de espuma reventando sobre la arena. En la selva de Malasia, la mirada no alcanza más allá de mi brazo, pero en derredor, arriba, abajo, muy cerca, lejos, se perciben crujidos, roces, deslizamientos. En la Selva negra, un día de otoño, un mundo sonoro más tranquilizante, increíblemente legible en su sutileza : el rumor de las hojas más o menos secas, el murmullo de la brisa, las percusiones de los pájaros carpinteros, el silbido de los pájaros cantores y, allá muy lejos, un avión. Interpenetración sin obstrucción, como en el budismo zen. Por último, cerca de Marsella : en el sopor del verano, al fondo de un desfiladero que desemboca en la ría de Sugiton, el zumbido múltiple e impalpable de las abejas, las explosiones microscópicas de las semillas bajo el calor. Y cuando se trepa la cuesta, surge de pronto una sonoridad profunda, amplia, grave, pero ínfima, casi inaudible, como una gigantesca sirena de bruma que proviniese de muy lejos. Antes del descenso a las fronteras del silencio, el rumor de la ciudad próxima, olvidado, negado, ya no aparece en la conciencia.

Este libro exuberante se arriesga a bucear en las profundidades de la escucha. Le propongo al lector que se deje llevar, que participe en la experiencia.

Unas palabras de Yehudi Menuhin

« Siempre he pensado que la música, al restaurar el equilibrio destruido por las exigencias de la jornada, era fundamentalmente terapéutica. En un estado de desorden físico de origen nervioso o mental, la música puede alcanzar nuestro subconsciente y poner las cosas en su sitio. Esta terapia explora una nuevo enfoque fascinante de la vida interior. (...)

El sonido penetra directamente nuestro cuerpo. Lo que el oído realiza en el interior de nuestro cerebro, en el interior de nuestras vidas, no se consigue de ninguna otra manera.

El uso de las altas frecuencias nos ofrece todo un mundo nuevo. La terapia sónica ejerce un efecto específico que parece tener vastas repercusiones y resultados sorprendentes en los campos de la música y la salud. »

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Psychosonique Yogathérapie Psychanalyse & Psychothérapie Dynamique des groupes Eléments Personnels

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9 de Julio de 2009