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LA TRANSFERENCIA EN LA YOGATERAPIA


CAPITULO CUARTO

{ El Yoga y la Psicoterapia }

sus aportaciones al equilibrio humano,

Dr Bernard Auriol, versión castellana de Diorki

Biblioteca de Psicologia, Herder, Barcelona.

 

 


I. Motivaciones y transferencia


Sabemos que Freud y sus sucesores han definido la transferencia como la reviviscencia, con respecto al psicoanalista, de los sentimientos, actitudes, etc., que antaño se vivieron con relación al padre, la madre, hermanos, hermanas, etc. Actualmente, se ha hecho extensiva a las relaciones que existen entre los alumnos y sus profesores, el enfermo y el médico, el paciente y la institución que lo cuida, etc.


Las sesiones de yoga ponen en contacto a uno o varios monitores con cierto número de pacientes. Es evidente que éstos experimentan una especie de transferencia con respecto a aquéllos. Los lazos de la transferencia que existen antes de la cura pueden provocar que algunos enfermos se decidan a dedicarse al yoga o a rechazarlo. Al margen del "deseo de expansión o de curación" que hemos mencionado, puede existir, y a menudo existe, el deseo de agradar a un monitor o de disgustar a otro, según la posición supuesta que estos últimos ocupan en relación con el yoga.


Al hablar de la incorporación de esta disciplina al Hospital psiquiátrico de Bonneval, Barte señala: "Esta labor se ha efectuado desde un punto de vista decididamente institucional y en el marco de una reestructuración de los servicios en ocasión de la puesta en marcha de la sectorización.


"Asimismo, las motivaciones del personal sanitario han sido diversas. Algunos confiaban en obtener un beneficio físico. Otros esperaban lograr un mejor equilibrio psíquico. Muchos de ellos, por último, han vivido su participación en la experiencia como una prueba de la sinceridad de su adhesión a la puesta en funcionamiento de las nuevas estructuras de servicio. No hay que disimular, por otra parte, que un buen sector del personal facultativo ha acogido burlonamente esta iniciativa, y que en ese grupo ha cristalizado la hostilidad a las reformas estructurales del establecimiento. Prestarse voluntariamente a la experiencia, estar dispuesto a ‘contorsionarse' en compañía de los enfermos, al mando de un profesor ajeno al hospital, equivalía, en ese contexto, a una vigorosa toma de postura en favor de todas las demás reformas emprendidas. De este modo, seguir al jefe de servicio en esta nueva vía supone aceptar el nuevo estilo de vida, tratar de conseguir el equilibrio del servicio mismo, al remodelar un cuerpo nuevo y buscar una nueva manera de ser" [1] .


No debe concebirse como unívoca la significación institucional del yoga.


La experiencia de Bonneval está impulsada por la voluntad del jefe de servicio, y cobra valor de test en lo que se refiere a las relaciones de cada miembro de la institución con él. La de Marchand se realizaba igualmente bajo la autoridad de uno de los jefes de servicio (el doctor Deffuant), pero sólo como actividad de "segundo orden", como la petanca, por ejemplo... Por otra parte, y a medida que, poco a poco, el médico cambiaba de opinión y empezaba a ver en el yoga una terapéutica (cuyos efectos, en última instancia, podían competir con los resultados de las sismoterapias ampliamente prescritas), el colectivo de facultativos se opuso. Lo hizo no solamente para manifestar su agresividad latente ante la actitud del médico, que además pronto tendría que coger el "retiro" y que, en consecuencia, se volvía menos "peligroso" para sus subordinados; también había oposición a la personalidad de la enfermera - profesora de yoga, cuyo carácter global difícilmente se ajustaba a los circuitos de relación sutilmente complejos o agresivos del establecimiento; existía, por último, oposición al cambio y al yoga como experiencia, como una técnica más o menos oculta que utiliza ritos de contorsiones ridículas.


En Montauban, el yoga fue al principio una experiencia más introducida por dos enfermeros y un interno, con la irónica indulgencia y el interés con reservas de otros miembros de la institución.


Más tarde, tuvo lugar la sectorización; fue acompañada y seguida de tensiones que originaron la decadencia o la fragmentación de varias actividades: el yoga desapareció por completo durante varios meses. En aquel momento no nos pareció oportuno forzar las cosas, y, aparte de algunas instigaciones inoperantes, dejamos que siguiera el curso de los acontecimientos. Pero, precisamente entonces, surgió un interés por parte de las revistas de gran difusión, y algunos supervisores, enfermeros e internos se animaron a pedirnos que recomenzásemos juntos la experiencia...


Sería interesante estudiar muy a fondo el fenómeno del yoga en el Hospital psiquiátrico de Moisselle; carecemos de numerosos elementos para tratar de describir su evolución. Señalemos, no obstante, que la disciplina no se convirtió en una realización concreta más que en una época en que la institución, hasta entonces muy atenta a las virtudes de la cura verbal, cobró conciencia de la negligencia en que había caído el cuerpo (limpieza insuficiente de los locales, etc.).


En la mayoría de los casos, se observa una fuerte resistencia por parte del personal sanitario, sea cual sea su rango jerárquico. J. Weiner anota: "Ninguna cooperación por parte de los enfermeros para incitar a los enfermos de la clínica a que acudan a las sesiones" (Clínica Beaupuy).


Un paciente de G. Bompart exclama: "No comprendo por qué el hospital no tiene más en cuenta que esto es una terapéutica" (Hospital Sainte - Marie, en Clermont - Ferrand).


Los fenómenos de transferencia con respecto a un miembro del equipo de animación de las sesiones influyen también de un modo considerable. A título de ejemplo: una paciente se negaba a asistir a las sesiones o recurría a cualquier pretexto de trabajo para ausentarse cuando la monitora dirigía sola el curso. Pero hacía lo imposible por asistir si lo supervisaba el monitor. Al cabo de un cierto tiempo, llegó a animar el grupo en ausencia de ambos.


El deseo de curar y la necesidad de afirmarse mediante une oposición colectiva y constructiva al poder institucional de ciertos supervisores explican la solicitud del grupo del Hospital Marchand: "Hacer yoga no sólo los días laborables, sino también los domingos". El paciente C. muestra la ambigüedad de este petición al declarar: "El domingo no sé qué hacer, y la tele..." En multitud de casos, un enfermo no oculta su descontento ni su despecho por no haber sido advertido de une sesión o haber sido excluido, deliberadamente o no, por el equipo sanitario.


M.B. tiene 19 años. Su expediente menciona: "inmadurez afectiva, reacciones caracteriales ". En el momento de su ingreso se observa que se conduce de un modo grosero con los demás enfermos y las enfermeras; se agita, se "pone de morros ", llora y grita. Ha tratado de fugarse dos veces. Participa en el yoga con un interés creciente. Los primeros días se muestra retraída, tímida, temiendo que se burlen de ella. Es de señalar su aplicación, en particular por conseguir un control respiratorio correcto. De vez en cuando, su mirada recorre el grupo, con miedo de que alguien la mire trabajar.
Al cabo de tres meses, se muestra dichosa de vivir, siempre sonriente, más relajada; se presta a ayudar a las enfermeras en diversos trabajos; es asimismo más solícita con los demás enfermos y menos tímida. Teme volver a casa de sus padres porque su padre la maltrata. De acuerdo con su propia solicitud, encontrará trabajo y una acogida en un "hogar".
Muy asidua de los cursos, ve en el yoga "une gimnasia que sosiega ", se felicita por haberse beneficiado de él y asegura que seguirá practicándolo una vez salga del establecimiento.


Precisamente este problema de la post-cura se nos ha planteado muy pronto: en efecto, varias observaciones que hemos realizado demuestran que la interrupción de las sesiones de yoga condiciona, a menudo, une reaparición de los síntomas. Conviene, por tanto, aconsejar a los pacientes que prosigan los cursos después de su mejoría y alta. En algunos casos, se les encaminaba hacia lecciones de yoga en la ciudad; pocos acudieron a las mismas. Varios lo hicieron cuando el monitor del hospital poseía en ella une academia o cuando se les proponía que volviesen a los cursos impartidos en el establecimiento.

 


II. El problema de los monitores


La empresa de un movimiento evolutivo individual siempre ha sido concebida en la órbita de un maestro espiritual, de un gurú, de un analista o de un terapeuta. Todas las obras consagradas al tema hacen hincapié en los peligros y los pasos en falso en que incurrirán los presuntuosos ignorantes de este principio universal. Pero es una aberración que un ciego dirija a otro ciego [2] . ¿No sería una situación sin salida? ¿Y quién puede decir, sin vana suficiencia, que él es experto en la vía?


Por lo que atañe al problema particular del yoga, conviene recalcar que, por muy « avanzado » que se esté, por mucho tiempo que se haya dedicado al trabajo personal, nunca se puede ester seguro de dar un consejo perfectamente válido a otra persona, porque justamente, es distinta a nosotros. No obstante, es probable que ciertos errores, pasos en falso, callejones sin salida, sean muy frecuentes y casi universales; de ahí que la experiencia personal, aunque modesta, puede servir a los demás siempre que no revista la forma de une enseñanza dogmática inaccesible a las variaciones individuales, espaciales y temporales.


La mayoría de los profesores de yoga interrogados por Lacheny [3] se han entrenado de uno a cinco años antes de enseñar. El tiempo que un profesor dedica a su práctica individual cotidiana de hatha - yoga es, por regla general, de más de media hora (en el 51 % de los casos).


Nunca se ha pensado, ni se pensará jamás, que el monitor es alguien que ha "Ilegado", que tiene todos los datos del problema y que está en posesión de ‘la verdad'. Sólo parcialmente habrá experimentado por sí mismo, verificado y confrontado con su propia experiencia, el saber acumulado por los siglos y conocido a través de los libros o de los maestros tradicionales.


Aunque fácil y gratificante para todos, es deshonesto por parte del monitor, y peligroso para los alumnos, provocar o permitir que se cree una transferencia masiva con respecto al terapeuta visto como un gurú o un maestro. Parece más adecuado favorecer lo que se ha llamado "disolución" o "fragmentación" de la transferencia. En ese caso, la que posee cada miembro del grupo no se centra clara y masivamente en el terapeuta, sino que se desvía también hacia los otros pacientes. Por ejemplo, un ‘enfermo' determinado realizará una transferencia paterna sobre un compañero de más edad, y una materna con respecto a otra paciente que haya manifestado actitudes similares a las de su madre. Se comprueba una descomposición de la inversión pulsional: este paciente polariza la agresividad, aquel otro la libido. De esta suerte, el enfermo puede centrar sus proyecciones no sólo sobre la persona del terapeuta, sino que asimismo inviste de sus afectos a varios miembros del grupo. La fragmentación de los "investimientos" impide que un paciente dé acceso a la angustia desestructurante vinculada, tai vez, a un "investimiento" excesivo de un objeto único. Huelga decir que la fragmentación de la contratransferencia debe corresponder a la primera.


J. P. Schnetzler utiliza el psicoanálisis como terapia de personas que, además, practican el zazen. Por otra parte, enseña esta última disciplina a algunos de sus clientes, pero, en este caso, no les admite en las sesiones de psicoanálisis. De esta manera pretende evitar las interferencias transferenciales [4] .

 


III. La competencia de los monitores


El lector debe saber que incluso sin nadie al lado, sin una persona dotada de competencia y consagrada por los maestros, es posible comenzar hoy mismo una iniciativa auténticamente yóguica. Irá más despacio que si contase con alguna ayuda, pero, después de todo, tampoco esto es necesariamente cierto. Se puede incitar a otras personas a seguir el camino emprendido y a beneficiarse de lo poco que se haya aprendido; una sola cosa es necesaria: estar atento a todo lo que no se sabe o no se ha experimentado.


Hay que decir lo que se sabe prácticamente, sin afirmar ni negar nada que se conozca a través de los libros o de la gente. La presencia de un monitor permite evitar, ya desde el aprendizaje, ciertos errores técnicos cuya descripción escapa a un relato libresco. La utilización terapéutica del yoga no plantea problemas fundamentalmente nuevos: debe ir acompañada por una prudencia creciente en la medida en que las consecuencias de un error teórico o técnico pueden causar efectos mas graves en individuos frágiles.


Cuanta menor experiencia personal tenga el profesor, tanto más debe temer que no se le "considere". Por eso tal vez sea útil que los "yogaterapeutas" en formación procuren perfeccionarse con un grupo de enfermos, desempeñado un papel de meros participantes bajo la dirección de un monitor más antiguo. Cuando un monitor en ciernes da un curso, su propio profesor puede adoptar el papel de alumno y ponerse sinceramente en actitud de aprender: le será tanto más provechoso cuanto que apreciará la dificultad de ser enseñado; por otro lado, el nuevo monitor podrá recibir su consejo al final de la sesión.


Se trata, ante todo, de la relación entre el monitor y el alumno, independientemente de la modalidad adoptada (cursos particulares o colectivos). En el segundo caso, y especialmente cuando se pretende hacer una técnica "de grupo" en vez de una técnica "en grupo", convendrá permitir que los futuros monitores adquieran conocimientos sobre las técnicas de grupo verbal y no verbal.


El control de la transferencia no reviste la importancia curativa que tiene en el psicoanálisis. No se trata en absoluto de desencadenar una "neurosis de transferencia" que haría que el paciente reviviese de manera no verbal todas las emociones que le han estructurado hasta el día de su encuentro con el yoga.


Lo ideal sería que la situación conflictiva se produjese en el interior del individuo mismo, en este caso y de modo muy evidente, en su propio cuerpo. Los conflictos que se viven corporalmente se resuelven de manera corporal, y parece que se hace retroceder la angustia desde el terreno somático al psíquico en la medida en que esta expresión tenga sentido. En otras palabras, a menudo hemos constatado que la sedación de las afecciones psicofuncionales o psicosomáticas acababa por provocar la aparición de fenómenos expresamente "psicológicos" (descargas emocionales, cambios de actitud, decisiones, etc.).


Siempre que el individuo había sido confinado por el entorno a una "definición" rígidamente elaborada, los fenómenos se presentaban en forma de "perturbaciones'", "síntomas" del tipo de crisis de nervios, fugas, delirio, etc.


La resolución de los conflictos "somáticos"' puede lograrse si se aprenden ciertas cosas: por ejemplo, reconciliarse con algunas posturas, determinados ritmos respiratorios, ciertos ejercicios de expresión no verbal en grupo. Reconciliarse implica que es preciso no amedrentarse, sino familiarizarse. El monitor debe, pues, tener la precaución (y observarla) de no ser directivo con respecto al modo personal de realizar los ejercicios (duración de las posturas y de los controles respiratorios, posibilidad de no realizar una determinada postura, o de reemplazarla por otra cosa, etc.). Todo ello tiene por finalidad no transformar una eventual resistencia del cuerpo en una resistencia a la persona más o menos mitificada del profesor. El terapeuta obedece a un principio "rogeriano" fundamental: a saber, que el enfermo lleva en sí mismo el poder de una "curación" que sea auténticamente suya. "Vencer" una resistencia con respecto a un punto técnico no supondrá para el monitor más que una satisfacción momentánea, que se esfumará pronto ante la aparición de trastornos mas importantes o ante la deserción del alumno.


Cuando hablamos de "solución somática de los conflictos", es obvio que lo hacemos sin pretensión teórica: ello comprende una realidad irreductible al lenguaje y falsificada en cuanto se la quiere ‘entender', interpretar o criticar en los términos de la psicología clásica. A pesar del carácter discutido de los estudios de Reich, invitamos al lector a que se remita a su obra Análisis del carácter [5] o a cierta serie de argumentos teóricos o clínicos que tienden a demostrar que la "coraza caracterial" (conjunto de resistencias físicas que impiden el desarrollo de la cura) y la coraza muscular (conjunto de tensiones musculares inconvenientes) son idénticas en el plano funcional. De ahí que pueda concebirse la existencia de una terapia profunda de la vida "psíquica" utilizando exclusivamente técnicas que erradiquen las tensiones musculares.


El neurótico o el psicótico que acuden al yoga son como un niño encerrado en la camisa de sus propias tensiones: al permitirle que se deshaga - al menos parcialmente - de su coraza muscular, la sesión equivale a una liberación de la camisa: se asiste entonces, y según los casos, a una relajación de todo el organismo, que tiende al sueño, o, por el contrario, a una necesidad de actividad, de explosión y de descarga de la energías liberadas en esta ocasión [6] . Se comprende la utilidad de los ejercicios de expresión que siguen a la sesión de yoga, sobre todo si se toma en cuenta que "este júbilo es todavía mayor si un compañero (la madre) participa en ese bullicio".


Parece que en el ambiente de un curso de yoga, los sujetos "viven" el grupo, más aún que el monitor o la monitora, como si fuese su madre. Los intercambios no verbales no tienen un carácter fusional sistemático, sino ocasional, y una dialéctica difícil de describir con palabras hace que cada uno oscile entre dos maneras de existir o incluso tres: para sí mismo; en cuanto elemento del grupo; para este o aquel miembro del mismo...


Los monitores, el grupo o ambos refuerzan todas las expresiones bien acogidas a un nivel inconsciente mientras no se fomenten las actitudes, comportamientos y expresiones que disgustan a los monitores, al grupo o a ambos.
Para que se desarrollen todos los miembros, sería necesario que cada uno de ellos aceptara plenamente todas las expresiones de todos los demás (es decir, que cada uno se desarrolle). El papel del monitor podría consistir en transformar este circulo en espiral. Pero es difícil valorar a cada uno de los miembros de grupo, y "no se pueden experimentar sentimientos incondicionalmente positivos hacia otro, si uno mismo no se valora incondicionalmente". Esta proposición descansa en la hipótesis de que la experiencia de sí mismo es necesariamente ambivalente, salvo cuando implica una aceptación, un enfrentamiento con la angustia en su nivel más profundo: la angustia de la soledad, de la separación, de la muerte, de la diferencia respecto a los demás, de la individualidad, de la incomunicabilidad, son angustias que se evocan mutuamente [7] .


La soledad y la solidaridad se corresponden como la muerte y la plenitud de la vida.


Vemos hasta qué punto es útil que los monitores, a causa del lugar privilegiado que ocupan en el grupo, estén atentos a sus propias inhibiciones y a sus propios deseos. Conviene que hayan vivido una experiencia terapéutica personal. Si no es así, me parece absolutamente necesario que los monitores sean numerosos y que la presencia de alguno de ellos en todas las sesiones no sea sistemática. Se tendrá también cuidado de que, si personas de un rango o importancia especial en la institución (médicos, internos, psicólogos, enfermeros, celadores, etc.), que no gocen de un estatuto de monitores, participan en las sesiones, sus actitudes, inhibiciones, y deseos pueden tener una influencia comparable, si no mayor, en ocasiones, que la que ejercen los profesores de yoga. Por otra parte, es posible que sus inhibiciones y deseos pesen sobre estos últimos.


La variabilidad y el carácter incompleto de los resultados [8] , cuando un profesor de yoga que se ha instalado en la ciudad se hace cargo de neuróticos o psicóticos, sin duda se debe en gran parte a la insuficiencia de su formación psicoterapéutica y la estructuración unívoca del grupo en función de los deseos e inhibiciones de uno solo (precisamente el profesor).


Conocemos casos en que la práctica de posturas y respiraciones, fácil y positiva para el alumno con un monitor determinado, se convierten en imposibles y llenas de ansiedad bajo la dirección de otro maestro de capacidad similar.
En este punto de nuestra experiencia y reflexión, parece que siempre es más ventajoso ofrecer al grupo de alumnos un "consorcio" de profesores o monitores en vez de uno solo, más aún si estos monitores poseen escasa formación psicoterapéutica.


Si es verdad que la función de "timón" que desempeña el yo se estructura en el momento de acceder a la motilidad intencional (Spitz) en un contexto relacional con la madre o sus sustitutos, la manipulación de la capacidad motriz no obtendrá toda su eficacia más que en un contexto relacional: el hatha - yoga practicado solo es, en este caso, mucho más difícil de utilizar psicoterápicamente. Esto no contradice los datos de la tradición oriental que reagrupaba a un cierto número de discípulos o adeptos en torno al gurú.


En Francia, los profesores de yoga dan más cursos colectivos que particulares.


La gran mayoría (el 78 % según Lacheny) cuenta con más de cinco alumnos por curso. Las razones que se alegan para determinar la composición del grupo no son claras. Da la impresión de que se trata esencialmente de reunir al máximo de alumnos; de que su número se limita a tenor de las dimensiones de la clase, por un lado, y de la cantidad de demanda, por otro.


Así, pues, las razones económicas son las más importantes, sobre todo si se considera que sólo una tercera parte de los alumnos manifiesta que su elección de un curso colectivo se debe a que con él obtienen más provecho, mientras que las dos terceras partes restantes declaran que no han encontrado otra posibilidad o que este tipo de práctica es el único que conviene a sus recursos monetarios.


Esas mismas razones de rentabilidad nos impulsan a proponer el yoga de grupo en psicoterapia, ya que así se puede utilizar la dinámica afectiva de la colectividad para reforzar la efectividad del yoga y la acción del (los) monitor (es). Conviene que el grupo esté compuesto por un número que permita el máximo de interacciones. En los grupos verbales, se ha comprobado que la cifra óptima es de 14 personas aproximadamente (más de 7, y menos de 21). En la yogaterapia, parece que el número ideal está entre los 5 y los 12 participantes (por ejemplo, en la clinica Beaupuy, J. Weiner admitía una media de 6 alumnos).

 


IV. Actitud de los monitores


1. La flexibilidad


El monitor debe ser capaz de percibir, casi instintiva o intuitivamente, lo que conviene proponer, en función de una percepción empática de las necesidades actuales del grupo. Eso no se aprende en los libros ni por medio de un trabajo reflexivo sobre la experiencia vivida: el descifrado de la misma por mediación de claves librescas o de la reflexión no tendrá más valor que la reacción intuitiva (se cometerían tantos errores o más). Por otra parte, se trata de una reacción inmediata y dinámica, y la labor de "reflexión" llevaría a responder con un tiempo de retraso, es decir, iría en contra de una expresión espontánea e inmediata del grupo, el cual se sumiría en un proceso de viscosidad. La consecuencia de esta viscosidad sería, a largo plazo, la aparición de fases críticas explosivas de "escape" [9] . Al parecer, la participación de los monitores en los ejercicios, y, sobre todo, en los de expresión corporal que siguen a la sesión de yoga en nuestro procedimiento, permite que el inconsciente de los terapeutas se exprese en beneficio de ellos mismos y en beneficio del grupo. En ese caso, la psicoterapia no se concibe como la exploración de uno mismo a través de la relación con alguna divinidad impávida, sino como una movilización recíproca, un diálogo y un intercambio. Existe una comunicación con uno mismo, a través del cuerpo y de su conciencia, en la parte de la sesión dedicada al yoga, y una comunicación con el grupo y los monitores, en los ejercicios de expresión corporal o verbal de la segunda parte [10] .

Cada vez que sea posible, parece oportuno crear un grupo de yoga reservado al personal sanitario. La razón obvia es que su acción será tanto más nefasta cuanto más atrincherados se hallen en sistemas defensivos e inhibitorios, mientras que su psicoterapia será más eficaz cuanto más libres, alegres y responsables sean. En este dominio, el interés de la disciplina yóguica consiste en que no solo pretende "curar", si es que este vocablo posee algún sentido, sino también desarrollar, "realizar" lo mejor de cada uno y perfeccionar la unificación en todos.


Es menos ridículo, de lo que se cree a menudo el hecho de que la "enfermedad mental" sea contagiosa. El personal sanitario psiquiátrico, incluso cuando su afán de cuidar no es más que la consecuencia de su necesidad de ganarse la vida, parece enfrentado a más problemas psicológicos que los profesionales de la medicina general. Aunque, a los ojos de la opinión pública, la relación entre el psiquiatra y el loco pueda ayudar alguna vez a este último, es innegable que suele contaminar al primero: "Todos los psiquiatras están locos"... A pesar de que se deje de lado el aspecto esquemático y estereotipado de tales frases, no es menos cierto que el problema se plantea. El loco, ese ser a quien se aparta, cuyo "timón" es vacilante o inhallable, habla sin embargo, y su voz amplifica y refleja lo que cada uno de nosotros separa de su comportamiento o de su interioridad para no verse alejado de la sociedad de la gente "razonable". La misión social del psiquiatra consiste en mantener aparte al loco, pero también en escucharlo, comprenderlo, cuidarlo, incluso "curarlo" y reintegrarlo a la sociedad ‘normal'. Esta atención por otra parte del médico se convierte en un análisis salvaje que el enfermo "cuidado" hace de su "cuidador". El discurso delirante coge a contrapié al interlocutor y le dice lo que él mismo se ha prohibido formular; esto acontece en forma de toques sucesivos que significan poco o mucho, pero cuya acumulación a lo largo de los años debe tener consecuencias. Es imperioso y urgente admitir este fenómeno y analizar lo que de él se deduce: que, en primer lugar, los psiquiatras deben tener acceso a una forma cualquiera de psicoterapia personal, no solamente para curar mejor, sino también para no enfermar. Esta precaución es tan indispensable como el usar gafas filtrantes para el obrero que suelda a soplete. Otra deducción, a mi juicio, es que el conjunto del grupo social debe escuchar la opinión de la institución psiquiátrica.


Los cursos de yoga para el personal sanitario tendrían otra ventaja: permitir que los monitores se beneficien (en calidad de participantes) de la disciplina que deben enseñar. En efecto, a pesar de que participan en los ejercicios que dirigen, gozan poco de ellos al tener que atender al grupo, guiar a los principiantes, etc.


Si es verdad que el grado de espontaneidad de un individuo se mide por su capacidad de representar los papeles más diversos [11] , no convendría que el monitor, en nombre de principios teóricos siempre discutibles, se petrifique en una actitud estereotipada de puro técnico de las posturas o de la respiración y se adorne con algunas pinceladas de "no - dirigismo" o de "benevolente neutralidad". "En ciertos momentos muy precisos de la vida de grupo, el terapeuta puede verse inducido a adoptar una actitud activa, intervencionista y gratificante, abandonando su actitud ‘analítica'; recíprocamente, el líder de grupo puede escoger una actitud interpretativa, en ciertos instantes de la vida colectiva", sin intención de análisis [12] . Lo que se busca con la yogaterapia es enseñarle algo a la persona, que se descubra a sí misma, darle la oportunidad de acceder a determinadas energías, ayudarle a que vislumbre sus posibilidades personales inexploradas, movilizar su atención y ensanchar sus perspectivas, proponerle experiencias con su cuerpo que ignora o conoce mal y enseñarle una técnica de armonización biológica y psicológica... El monitor no instruiría realmente si no aceptase renunciar a su actitud de jefe de cordada de la ascensión y de padre respetuoso y benévolo para adoptar, en vez de eso, un comportamiento muy variado, de una indefinida variedad, como la vida que propone a sus ‘alumnos' en el sentido de no maltratar, sofocar, fijar, desfigurar, etc. Debe ser espontáneo y fiel a su propia realidad; por eso tiene que procurarse los medios de ser alternativamente interpretativo, espejo, no directivo, autoritario, pasivo, cercano o distante, grande y pequeño, impasible y conmovido. A quien desee curar por medio del yoga no se le debería rechazar por "formación insuficiente", ¡ ni siquiera si carece de ella por completo! Es indudable que se dará cuenta simplemente de que es aconsejable conocerse lo mejor posible, unificarse al máximo y utilizar todo lo que la tradición y la ciencia le ofrecen como medios ya puestos a prueba.


Lo que acabo de escribir puede resultar desconcertante y hasta, tal vez, chocante : nada fijo, nada preciso ni metodológicamente satisfactorio, ¡paso libre a todos los charlatanes, a la justificación de todas las aberraciones, al caos técnico!


Hay que tener cuidado: si bien las reglas pueden poner de manifiesto las transgresiones antiterapéuticas, también pueden servir de coartada y bloquear el dinamismo de la evolución de hombres ‘enfermos' o sanos. Es ilusorio creer que podrían ponernos a salvo de los errores, ya que, sin duda por un largo tiempo, estamos seguros de muy pocas cosas en cuanto a la evolución psíquica, lo que la suscita, lo que la entorpece y el lugar adonde debería conducirnos... El valor del yoga dependerá en gran medida de la pericia del monitor y, asimismo y por mucho que se quiera, de su « saber ser ».

 


2. La congruencia


La flexibilidad de la actitud que se recomienda al monitor no significa una total negligencia. Se trata de que esté lo más cerca posible de su experiencia vital propia y de la del grupo, a un nivel profundo e infraverbal; se trata también de que se manifieste con la mayor franqueza respecto a su propia verdad: es lo que Rogers ha llamado "congruencia", que es una cierta forma de sinceridad. El terapeuta sólo intenta expresar sentimientos reales, pretende revelarse tal cual es para que el "cliente" pueda tener confianza en él y se revele, a su vez, tal como es. Pero esto es un ideal sólo realizable en la medida en que uno está en comunicación con su profundidad personal. Puesto que esta comunicación no es ni perfecta ni estable, la congruencia no lo será tampoco, ni, por lo tanto, la confianza del paciente en el terapeuta. Nada sería más nefasto que una comprensión rígida de estas ideas: todos nosotros somos complejos, nuestra unidad es aproximativa, y la expresión de nuestro sí mismo "sin compromiso ni mentira" corre el gran riesgo de no ser con frecuencia más que una de tantas mentiras, perniciosa e irrespetuosa con relación a uno mismo y a los demás.
En el Vocabulaire de psychologie, P. Naville da una definición de la "congruencia" en el lenguaje de la psicología experimental: "Efecto de confirmación, ligado a la conveniencia particular, entre un estímulo y una respuesta o una cadena de estímulos - respuestas - estímulos. Esta noción no supone un carácter afectivo en la vinculación establecida." Aunque la congruencia de que hablamos supone ese carácter afectivo, es esclarecedor, con todo, aplicar esta definición a lo concreto:


- el monitor pide a los alumnos que escuchen su propio cuerpo, que aprendan a hacerlo para no forzar nunca sus posibilidades (estímulo);
- los alumnos intentan (o no) seguir con mayor o menor convicción estas recomendaciones (respuesta);
- a veces se les advierte de sus errores o de sus logros: "habéis salido extenuados de la última sesión por haber forzado vuestras posibilidades"; "si sentís una impresión de relajación o de euforia, en parte se debe, indudablemente, a que os habéis concentrado en el ejercicio sin pensar en el resultado formal", etc. (estímulo);
- de lo cual se desprende que conviene realizar nuevas tentativas para aplicar mejor la no competición (respuesta) que el terapeuta traiciona al lograr una postura y mantenerla, mientras que ese dia, para expresarse, hubiese tenido que limitarse a esbozarla un momento (estímulo).


Este último pone parcialmente en tela de juicio lo que se había obtenido hasta ese instante, incluso en el caso de que los alumnos no disciernan lo que el terapeuta hubiera tenido que expresar para seguir siendo auténtico. Si esto se repite, se crea un ambiente en el que cada uno se dirá: "no hay que sobrepasar las propias fuerzas", y en que todos harán lo contrario...

 


3. La participación empática


Si no se desea variar las posturas y las respiraciones al infinito (cosa que no estimo aconsejable), una vez que la forma exterior del ejercicio sea conocida, podrán abandonarse muy rápidamente las demostraciones ante el grupo y prescindir incluso del control de la realización y de los consejos prácticos individuales o colectivos, y ejecutar los distintos ejercicios con los demás miembros. De este modo, cada cual podrá llevar a cabo un esfuerzo personal menos dependiente de la mirada paternal y de los juicios que dispensa el "maestro". En la mitología inconsciente del grupo, ese ser todopoderoso, al "bajar de categoría", perderá una parte de su prestigio y será considerado menos amenazador; él también trata de escuchar a su cuerpo, a su organismo, él también se comporta visiblemente de modo limitado e insuficiente. La imitación transcenderá entonces el ámbito de una realización formal y pretenderá reproducir una actitud profunda de tolerancia y de aceptación con respecto a las imperfecciones y límites propios, una actitud no competitiva en relación con uno mismo y con el prójimo.


Se advertirá que el grupo aceptará cada vez más las diferencias de comportamiento que existen en su seno. Cada cual tendrá la oportunidad de identificarse con los monitores al mismo tiempo que se libera de su influencia. La actitud de éstos, por el hecho mismo de manifestarse, lucha contra la hiperdependencia de los ‘enfermos', acostumbrados a ver en todo el personal sanitario una autoridad generadora de infantilismo y una seguridad alienante. La capacidad personal de cada uno podrá así exteriorizarse, y se observará que los enfermos ‘crónicos' dejan de serlo. Baal ha mordido el polvo. Así es, siempre que no se trate, por no tener cuidado, de conductas demagógicas, como en el caso de que el monitor se muestre menos capaz de llevarlo a cabo de lo que convendría en ese lugar y en ese momento concreto (el juego de que quien pierde, gana), o en el caso de que se exprese sistemáticamente de una manera que pretenda satisfacer las expectativas del grupo o de un alumno determinado.


Esta actitud no crea "neurosis de transferencia", y, en consecuencia, difiere de la actitud analítica. Así, pues, podrá utilizarse ocasionalmente una inexpresividad frustrante, según la fase por la que atraviese la terapia, quién la aplique y a quién se aplique. Pero, en general, no se favorecerán ni analizarán sistemáticamente los fenómenos de transferencia. El que dirige un grupo no analítico debe poder utilizar en ciertos momentos la técnica analítica frustrante; incluso puede ser útil hacer una interpretación transferencial que no vaya demasiado al fondo de las cosas: "todo es cuestión de la dosis"... Al igual que Jordi [12] , creemos que esas interpretaciones no deben hacerse más que en el "aquí y ahora" de la sesión, sin retroceder explícitamente hasta los conflictos con la madre vividos en la infancia.

 


V. La neutralidad benevolente


De todas formas, hay que reservar esta facultad interpretativa a quienes han "aprendido" a ejercerla. En cuanto a los demás, más vale que repriman la tentación, de todos conocida, de jugar al "mago impasible" o de recurrir a la "neutralidad benevolente". El grupo de alumnos, que ven en ellos la señal del poder sobrehumano, cuando no divino, suelen reforzar estas actitudes una vez que se han adoptado. Los cursos que se imparten a los enfermeros psiquiátricos, a los psicólogos e incluso a los psiquiatras, por lo general no insisten bastante en el carácter ilusorio de esas actitudes, tanto fuera como dentro del marco psicoanalítico.


En yogaterapia, la relación del monitor con los participantes y la de éstos con él debe, en principio, entenderse como una relación entre seres humanos. En otro lugar he intentado formalizar esta relación:
Supongamos un encuentro cualquiera entre H, ser humano (terapeuta, por ejemplo) y H', otro ser humano (participante del grupo, por ejemplo).


Dando por supuesto que

H1 = H en el instante t1
H'1 = H en el instante t1
H’2 = H en el instante t2
H’2 = H' en el instante t2


y que C = a las circunstancias independientes de H y H'
que entran en juego a lo largo de la duración (t2- t1)


puedo escribir:


H2 = f (H'1, H1, C, t2 – t1)
y
H'2= = f (H'1, H1, C, t2 – t1)


¿Qué querría decir "neutralidad"?

Si H es neutro, quiere decir que no experimenta ninguna reacción ante H' o que H2 = f (H1, C, t2 - t1); en ese caso: H' = 0, o más bien está incluido en el conjunto C de objetos circundantes. No hay peor insulto. Y es un error... ¡de cálculo! El encuentro cambia al terapeuta, y más aún quizá si se trata de entablar contacto con un ‘enfermo' que, de un modo u otro, hace oír la voz del inconsciente... La "neutralidad" tal vez no sea más que una defensa - por cierto, poco sólida - ante esta voz, eco de tantos gritos que prefiero no escuchar, incluso si he hecho un psicoanálisis y sigo autoanalizándome.
Rogers sostiene que ha demostrado que los psicoanalistas eficaces son los que, de hecho, ya que no por principio, han traicionado este neutralidad tan mentada [13] .


El psicoterapeuta, el pedagogo, el psicólogo, no pueden creerse neutrales o afirmar que lo son. Habrán de caminar entre ese escollo de la "divinidad impasible", tan agradable para su narcisismo, y ese otro escollo que consiste, ante todo, en tratar de satisfacerse usando la demagogia con sus clientes. Si emplea las posibilidades de la "centración­ descentración", el guía evitará ambos precipicios; cada uno de ellos le convertiría en un "ciego que orienta a otro ciego".


Mac Luhan [14] insiste en que el compromiso es necesario en la pedagogía:


"Comprometerse significa movilizar todas las facultades en una situación determinada y exige un intercambio constante del individuo con su entorno. Para que desee mantener la continuidad del mismo, es necesario que posea el sentimiento de que hay una meta que alcanzar. En otras palabras, el alumno y la entidad docente deben mantener una relación de intercambio atrayente y motivada. Si se cumplen esas condiciones, el alumno ya no experimentará el deseo de abandonar la experiencia".


Por regla general, al respecto del comportamiento vulgarmente observable, las observaciones que preceden son de poco alcance. En efecto, es excepcional que la sesión de yoga utilice el lenguaje hablado: existe el silencio verbal, ideico y motor (¡incluso mímico!), al menos como proyecto constante. Por supuesto, no sucede lo mismo si, de acuerdo con nuestra proposición, se pasa acto seguido a la expresión corporal. De todas formas, como el control mímico, respiratorio, posicional, etc., no es competitivo, es decir, no se centra en la mirada de los demás (si se trata de una labor sobre uno mismo para desactivar las "olas" del psiquismo: sentimientos no actuales, inquietudes, proyectos, deseos, etc.), durante las posturas más inmóviles en sí mismas "suceden" cantidad de cosas entre los participantes; la actitud de "máscara neutra", a pesar de su rigidez, permite que pasen cosas... ¡pero, sobre todo, la voluntad de poder de quien la adopta!


Martin sustenta un punto de vista análogo a propósito de su tentativa de psiquiatría comunitaria [15] .


"Tradicionalmente, se espera que el personal del hospital sea amable, simpático y comprensivo con los enfermos, y se enseña a los enfermeros a no dejar que sus sentimientos intervengan en el tratamiento y en su actitud con respecto a los mismos. Esta exigencia es idealista e irreal, puesto que nuestros sentimientos influyen inevitablemente en la actitud que adoptamos ante los enfermos y, asimismo, en nuestra manera de tratarlos".


“Esta enseñanza provoca que muchas veces el personal se sienta culpable o avergonzado por la cólera o el temor que a menudo experimenta ante los pacientes. Puede ocurrir entonces que traten de fingirlo u ocultarlo, tanto a sus colegas como a los enfermos. De este modo, en sus relaciones con ellos, les será imposible actuar libre y eficazmente. Más aún, la hostilidad escondida puede hallar su expresión indirecta en el rechazo [16] del paciente de muchas formas sutiles, lo que agravará el problema e impedirá la curación."


A este respecto, me parece oportuno que los "yogaterapeutas" intercambien sus puntos de vista en reuniones "entre ellos", convocadas para hablar sobre los sentimientos que a a cada uno le inspira un determinado enfermo.
La integración de enfermos y terapeutas a un mismo nivel de comunicación no verbal (expresión corporal) propicia los intercambios no jerarquizados y obliga a que cada uno exteriorice sus sentimientos de atracción, repulsión, etc., en un ambiente de juego catártico desprovisto de impacto culpabilizante.


El "compromiso" del terapeuta debe basarse en una cooperación cada vez más clara entre él y sus enfermos con vistas a la "curación" o, mejor aún, en el sentido de una evolución liberadora [17] .


"... El psicoterapeuta no es ni un censor ni un mago; es el colaborador de su paciente y es preciso que éste se persuada de ello. Para quien esté acostumbrado a la actitud olímpica que recomienda el psicoanálisis clásico, esta "liberalidad" puede dejarle perplejo. Por otra parte, Van den Berg reconoce que dicha liberalidad sólo supone ventajas. Basta comprobar la sorprendente agudeza con que los neuróticos saben retratar el personaje de su psicoanalista para arrancarle definitivamente esa máscara de supuesta impasibilidad de que se reviste el freudiano ortodoxo" [18] o ciertos profesores de yoga...


Entre la actitud de neutralidad benevolente y la definición metafísica de Dios formulada por Aristóteles y santo Tomás de Aquino puede trazarse una sugerente analogía. En efecto, se trata de una relación en la que un ser, el "analizado", tiene que evolucionar a tenor de los fenómenos que se desarrollan en él gracias a su encuentro con el analista. Sin este último, no habría análisis; el analista es, por tanto, el motor de la cura, por cuanto la misma es analítica (es decir, en cuanto es diferente de una evolución espontánea en las circunstancias no definidas técnicamente como analíticas). Mientras que el analizado, en cuanto tal, se ve movido al encontrarse con el analista, éste debe evitar una reacción afectiva que indicase que en él se ha producido un movimiento a causa del encuentro. Desde un punto de vista efectivo, al menos considerado idealmente, es inmóvil. Motor e inmóvil, el analista es con respecto al analizado como Dios con respecto al cosmos.


Del mismo modo podría señalarse que, por eso, tiende a aparecer ante el paciente revestido de todas las demás características divinas: benevolencia infinita (Dios es amor), verdad, justicia, etc. De acuerdo con la misma metodología del psicoanálisis (y no en función de actitudes erróneas, perversas o accidentales), el analizado debe, pues, enfrentarse con ese Hombre - Dios que es el psicoanalista. La confrontación con un ídolo no carece de valor terapéutico con tal de que se tenga la certeza de que el análisis de la transferencia sea resolutivo y de que el analista proceda a desinvestir al ídolo de la adoración que el paciente le ofrendaba. Sin embargo, ciertos indicios hacen pensar que aquél cae a veces en su propia trampa y cree detentar la ‘verdad' hasta el punto de erigir un templo e instituir un culto (y un denario para el mismo), jerarquías sagradas, una iniciación, excomuniones, persecución de herejes, etc.
Los analistas que se han interesado en las psicosis - cuando éstas existían - han debido proponer terapias ya no analíticas, sino anaclíticas, es decir, aquellas en las que la gratificación reemplaza a la frustración. Esta nueva perspectiva les obliga a comprometerse decididamente en la relación, y entonces es necesario que abandonen, si no la benevolencia, al menos la neutralidad.


Puesto que el campo intermedio entre ‘neurosis' y ‘psicosis' se va ensanchando día a día hasta el punto de que la frontera entre ambas es una cuestión de criterio, no es extraordinario que el concepto de "neutralidad" haya perdido terreno entre los analistas más ortodoxos. No obstante, el complejo de Baal sigue acechando al terapeuta, y mucho más si éste tiene poca experiencia, no ha adquirido la necesaria humildad y sigue creyendo que no puede implicarse de ningún modo en una especie de intercambio inmediato: la espontaneidad puede causar tanto daño como la actitud olímpica.


En el momento en que asume su compromiso terapéutico, el psicoterapeuta - padre quiere conservar - y con razón - cierta "distancia", al tiempo que abre todo lo posible el cauce de su receptividad. Si no observa simultáneamente esta distancia y esta empatía con respecto a su paciente, éste quedará aterrorizado por la fusión o se perderá en ella (lo que constituye un proceso irreductible), o bien se sentirá, una vez más , "extraño".


El enfermo ‘psicótico', el ‘fronterizo' y, en menor medida, el ‘neurótico' rechazarán la psicoterapia - alimento si se administra en la tormenta del amor - captación - asimilación. J. Lacan escribe [19] : "el niño a quien se nutre con más amor es justamente el que rechaza el alimento y se sirve de su rechazo como de un deseo". "En este terreno es donde se capta mejor que en ningún otro que el odio devuelve la moneda del amor, pero en el que sólo la ignorancia no se perdona". Permítaseme no estar de acuerdo con la palabra "ignorancia"; no es de un saber, conceptual, verbal o ventrílocuo, de lo que se trata; es una comprensión que tiene poco que ver con el intelecto. Se trata más bien de ese tacto, esa finura, ese respeto, esa comprensión profunda pero inefable en la medida en que no tiene nada en común con un saber, por muy sutil que se le imagine.


Nos hallamos muy lejos de una actitud científica: ésta considera objetos y esto es un insulto cuando uno se dirige a alguien. La empatía y la comprensión de que hablamos no son una simpatía que hace del otro un nuevo yo y pretende que yo soy un nuevo él. Pertenecen más bien al dominio de las funciones psíquicas que Jung denomina "intuición" y "sentimiento". Este autor sostiene que hay que considerarlas como diametralmente opuestas a las funciones que sirven para conquistar el mundo de los objetos: sensación y pensamiento.


La terapia es necesariamente un diálogo: no consiste en dar o en recibir la palabra, sino en intercambiarla, pero intercambiarla entre sujetos y objetos, y no entre las instancias de una díada fusional. No es tan fácil decir la palabra principio Yo-Tú a la distancia adecuada del Yo-tú (monólogo) y del yo-eso (actitud científica, técnica). El ser a quien digo "Yo-Tú" no es una cosa entre otras cosas, no es sólo eso. "No es él o ella, limitado por otros ellos o ellas; un punto del espacio y del tiempo proyectado sobre la red del universo. No es tampoco un modo de ser perceptible, descriptible, un haz suelto de cualidades definidas. Es el tú aislado y a secas, y llena el horizonte. No es que no exista nada fuera de él, pero todas las cosas viven en su luz.


La melodía no se compone de sonidos, ni el verso de palabras, ni la estatua de líneas, porque, a base de tirones y de desgarrones, se llega a hacer de su unidad una multiplicidad; lo mismo ocurre en el caso del hombre al que digo « Tú » [20] . Puedo extraer de él un diagnóstico, la diversidad de sus síntomas, los elementos de su biografía, los mecanismos de su psykhe y su estructura: pero ya habrá dejado de ser Tú.

 


VI. La estructura de las relaciones en yogaterapia


En las páginas precedentes he evocado con frecuencia la imagen caricaturesca del psicoanálisis mitificado. No pretendo rechazar a Freud y a sus sucesores, sino afirmar que el psicoanálisis, al principio condenado a la hoguera, ha acabado por triunfar y corre en la actualidad el riesgo de todos los triunfalismos: por un lado, la deificación resplandeciente y la falta de humildad; por otro, la proliferación de chismes de plástico para comercios piadosos. En este segundo aspecto, y de modo cotidiano, advierto que el peligro es evidente: vemos que circulan numerosos psicoterapeutas tanto más brillantes en sus pláticas cuanto más llenos están de mala conciencia; revisten la máscara de un supuesto saber como una cartomántica que no hubiese gastado en comprar baraja.


Reducidos a su más simple abstracción, los "conceptos" psicoanalíticos a menudo sobrecargan al terapeuta en lugar de serle útiles, pero él no se atreve a ir más lejos ni a prescindir de ellos.


Quiero añadir, asimismo, hasta qué punto la historia del yoga, las motivaciones que llevan a interesarse en él, a leer mucho y a practicar muy poco, son todavía peor: el "dominio de sí mismos" o la "serenidad" oriental a la manera del gurú ofrecen analogías con las trampas que denuncio al hablar del psicoanálisis: los mismos mecanismos están en juego. La misma voluntad de poder puede utilizar las mismas armas: vender caro, manifestarse poco, sonreír y, misteriosamente, enmudecer.


Quizá mi insistencia resulte pesada, pero se trata de evitar a los ‘enfermos' una relación que les volvería más alienados todavía. Existe un fenómeno de identificación con el yo ideal del terapeuta que puede multiplicarse por sí mismo en un grupo mediante el "proceso de identificación de los enfermos entre ellos, o con el yo ideal del grupo" [21] .


Siguiendo a Choisy, y tal como ella lo ha comprendido [22], el cuento que voy a transcribir me parece esclarecedor con respecto al problema "monitor - participante", incluso y sobre todo cuando no se habla en el seno del grupo y no se favorecen en modo alguno los intercambios (verbales o no).


"Éranse una vez seis jóvenes que tenían problemas. Decidieron ir en busca de un gurú que les dijo: Venid a vivir conmigo durante un año. Comprobad primero si soy capaz de resolver vuestros problemas. Yo, por mi parte, observaré vuestro comportamiento y vuestras necesidades. Al cabo de un año, decidiremos si debéis plantearme vuestras preguntas y si yo debo responderlas.


"Después de que los seis jóvenes hubieron vivido unos años en compañía del gurú sin que éste dijera absolutamente nada, pudieron resolver sus problemas. Por otra parte, ya ni siquiera los tenían".


M. Choisy muestra que la transmisión puede realizarse por un medio distinto a la palabra. Por los cinco sentidos, dice, y agrega más enigmáticamente: "La transformación se opera en el interior, de inconsciente a inconsciente".


Un poco más adelante, parece que ella confunde la regresión con la comunicación no verbal. No hay que esforzarse mucho en demostrar que el paciente siempre acude a su terapeuta, y más si se trata de una enfermedad "nerviosa", con una actitud regresiva, como un niño va hacia un adulto del que espera algo. Nadie discute seriamente lo contrario.
Que esta regresión se ve favorecida por el diván del analista, los honorarios que cobra y las reglas que impone, es también indiscutible, así como que el gurú actúe dramatizando el intercambio (si debéis hacerme preguntas y si yo debo responder).


Pero el intercambio no verbal (a través de los cinco sentidos) no exige regresión. Lo más frecuente es que, de hecho, esté ligado a fenómenos de relaciones regresivas, pero no necesariamente. El empleo habitual de palabras hace olvidar lo restante cuando se habla de la relación, pero lo restante posee una gran importancia.


No poder utilizar la palabra y el concepto es una forma de retornar a la época infantil anterior al lenguaje; no poder emplear más que este último es una lamentable privación vinculada, en parte, a nuestra cultura. Si se cree que la evolución terapéutica se sitúa esencialmente en el plano afectivo, de relación, etc., no debe excluirse que todo pueda suceder sin intercambio de palabras. La interpretación es factible sin pronunciar ni una palabra. Quiero decir que descalificar la cualidad terapéutica de los "grupos" o las terapias duales no interpretativas es ir demasiado aprisa. Incluso puede parecer oportuno economizar los conceptos = palabras = interpretaciones cuando el paciente y su terapeuta tuviesen tendencia a servirse de lo racional para eludir lo que está en juego.


Pase lo que pase con esta posición, propongo leer la evolución de la yogaterapia según los esquemas de Berne [23] .

Para cada uno de vosotros existen tres actitudes fundamentales:

a) Yo me comporto como "padre" no solamente con mis hijos, sino también con respecto a todos los que quiero "hacer que evolucionen", diciéndome que su personalidad actual está por debajo de lo que podrían o deberían ser. Mi actitud puede ser permanente (pedagógica global, psicagógica o de autoridad benévola, etc.) o transitoria: cuando, por ejemplo, pongo orden en la indumentaria de alguien u ofrezco el abrigo a una mujer a quien normalmente considero como una persona adulta.
b) Me comporto como un "hijo" (complemento de la actitud "paternal" de mi interlocutor): por ejemplo, el "jefe de clínica" respecto del "profesor de Facultad", de quien imita los modales, estilo, tono de voz, etc.
c) Por último, aunque no es lo más frecuente, adopto una actitud adulta, es decir, de persona respetable a persona respetada (igualmente adulta).

Estas relaciones son complementarias, y Berne ha demostrado que, si la complementariedad fracasa, uno de los protagonistas se ve desarmado y obligado a cambiar de actitud o a la ruptura del intercambio.


Las de "padre" e "hijo" son conductas casi delirantes, puesto que no corresponden a la situación ‘real' de las personas implicadas.


Podemos considerar que en un servicio de terapia (y más aún en una institución de cura psiquiátrica) y en toda relación terapéutica, la estructura de los intercambios se establece entre el padre - protector y el hijo - protegido (fig. 2, A).
La estructura complementaria existe antes incluso del primer contacto (las imágenes estereotipadas de protector y protegido). Si su origen se halla en la demanda y la actitud del protegido, es muy probable que encuentre una correspondencia profunda - una conveniencia - en el psiquismo del protector.


Fig. 2. Esquema transaccional


El ideal evolutivo de la cura de yogaterapia será provocar una modificación de los intercambios que vemos simbolizada en la figura 2, A y B.


No hay que desactivar de golpe y salvajemente la estructura inicial, sino aceptar al principio el papel de padre y favorecer la transición de cada uno de los papeles hacia una actitud adulta.


El monitor de yogaterapia adopta primero la actitud pedagógica necesaria para la tarea de dar a conocer los ejercicios de hatha - yoga: explica la postura, la respiración, hace una demostración práctica, pide que los pacientes las ejecuten y comprueba si le han comprendido y seguido.


Lo mismo vale para los ejercicios de expresión corporal: dará temas prácticos y se cerciorará, cuando los realicen, de que su explicación ha sido entendida.


Muy rápidamente, sin por ello dejar de volver de vez en cuando al primer estadio, pedirá al grupo que uno de sus miembros proponga ejercicios de yoga o de expresión corporal.


Como ya he dicho al hablar del principio de la no violencia, el terapeuta trata de evitar el dirigismo sobre el grupo o cada uno de sus miembros. Concibe su tarea en función de la colectividad, y, a veces, tiene que intervenir autoritariamente a causa de un paciente que asiste a la sesión con el deseo especifico de perturbar (si, por ejemplo, no ha podido expresar libremente su agresividad ante otras instancias de la institución). Como subraya Rogers, no es contradictorio hablar de una pedagogía no directiva. A veces, esa actitud no corresponde a las expectativas o incluso a las posibilidades de los participantes. Se entenderá que es preciso ser flexibles y tener en cuenta los matices. En tales condiciones, creemos que la renuncia al dirigismo favorece una rápida automatización del grupo. En las diferentes experiencias en que he participado, he observado que varias veces no había ningún animador "oficial" que coordinase las sesiones. Un miembro del grupo cumplía espontáneamente ese papel a gusto de todos.


En la Clínica Beaupuy, J. Weiner informa: "Durante mis diez días de vacaciones, el grupo ha funcionado solo, con las necesarias autorizaciones médicas. A lo largo de ese plazo, se hizo cargo de la cura un conjunto de fieles ‘adeptos' que había realizado progresos asombrosos".


G. Bompart declara que uno de los pacientes de su grupo, que hizo yoga antes de su ingreso en el hospital, la reemplaza en sus ausencias. En su opinión, este enfermo consigue mejores resultados que una persona del equipo terapéutico, muy flexible, pero poco familiarizada con el "espíritu" del yoga.


El hecho de que el monitor, según su profundo designio, respete o no visiblemente los principios que proponemos puede hacer que el progresivo tránsito de la dependencia a la autonomía avance o retroceda. En efecto, el profesor erigido en maestro por sí mismo o por el grupo tiende a mantener su aureola en el universo cerrado de la cura. Por otra parte, lo mismo que el educador con respecto a sus alumnos, el monitor ve que sus sentimientos se equilibran entre ambos polos (solidaridad y antagonismo) con respecto a los pacientes que confían en él: solidario porque comparte con ellos el interés por una técnica (el hatha - yoga) de la que espera obtener una mayor plenitud personal; tranquilizado por la calidez de la fusión del grupo, o angustiado por las tensiones del mismo, etc.


Otro tipo de solidaridad le vincula con los participantes: reconoce en él, más o menos confusamente, las mismas actitudes regresivas que experimentó en su infancia o que le remiten a ella. Sin embargo, dicha solidaridad puede verse rechazada o convertirse en antagonismo en la medida en que los pacientes despiertan lo que él se niega o se niegan lo que él se permite. El enfermo es enfermo, justamente porque es "anormal" descarriado, y por tanto amenaza la normalidad y el conformismo del monitor. Este antagonismo se nutre de la diferencia, y crece a base de todo lo que en los pacientes difiere del ideal propio de su monitor y de su propia manera de ver el mundo, la vida y la muerte. El paciente se convierte en un adversario que podría romper una tradición, defender la causa contraria y apoyar lo que su monitor combate con su última energía. Entonces el enfermo se reviste de todo lo que en la infancia es detestable: la debilidad, la inferioridad, las tendencias combatidas, el mal... (Allendy).


El monitor deberá interrogarse frecuentemente sobre sus actitudes profundas con respecto a aquellos cuya responsabilidad asume; no se trata de una simple labor de reflexión, y mucho debemos a Freud por habérnoslo hecho descubrir. En efecto, el grupo percibe al monitor a nivel de la percepción, sin duda con todos los fenómenos proyectivos que implica, pero, a la vez, a nivel de una "comunicación de inconsciente a inconsciente", especialmente impresionante en los psicóticos; lo percibe, por último, en las situaciones colectivas. La comunicación puede ser intuitiva (a base de mímicas, diversas expresiones no verbales, palabras) o de otro tipo (si se admite la hipótesis telepática). Por tanto, para el profesor no se trata únicamente de hacer un trabajo técnico sobre sí mismo, como tomar conciencia de los fenómenos contra - transferenciales de los que es el centro, sino también de efectuar una labor más esencial y fundamental que, indudablemente y en última instancia, algo tiene que ver con su propia realización y con sus problemas éticos o espirituales personales.


Habida cuenta de que no se puede exigir que cada terapeuta "de buena voluntad" se haga psicoanalizar (lo que, como ya se ha visto, resulta en sí insuficiente) ni que haya alcanzado un alto grado de "realización" personal, se plantea el problema de la singularidad o multiplicidad de monitores.

 


VII. ¿Uno o varios monitores para el grupo de yogaterapia?


Por la razón teórica mencionada y a causa de ciertos datos prácticos que veremos, es preferible que no haya un solo monitor, sino varios.


No existe ninguna prueba "científica" de que esta aseveración sea justa. Hemos tratado de comparar la eficacia de un grupo dirigido por un solo monitor con la de otro animado por tres o más personas. No hemos apreciado una diferencia cuantitativa en los resultados de ambos grupos. El modo de valorar sus progresos era criticable (número de altas definitivas o de adaptación satisfactoria a la vida de la institución), los grupos comparados no pertenecían al mismo centro psiquiátrico ni practicaban los mismos ejercicios de hatha - yoga, etc.


En espera de que se nos proporcione dicha prueba, me parece preferible que varios monitores (dos, tres, cuatro o más ), de concepciones y actitudes terapéuticas compatibles, pero de personalidad, status, sexo y edad distintos, trabajen sucesiva o simultáneamente. Desde luego, cada uno de ellos debe ser consciente, al poner en acción este sistema, de que no representa más que uno de los puntos de referencia a los ojos de los pacientes. Un equipo de monitores en yogaterapia tendrá que tener en cuenta este hecho para convertirse en un conjunto terapéutico: es el equipo el que constituye el punto de referencia del grupo de pacientes. De ahí que todo lo que he dicho anteriormente a propósito del monitor se aplique al equipo.


Todo ello debería conducirnos al problema del grado de realización del equipo en cuanto tal, cuestión tan difícil de resolver sin "idealismo" de mala ley (de poco valor porque es ilusorio) como la de la realización humana del monitor, cuando se trata de uno solo.


Esto significa olvidar que la yogaterapia, como toda terapia (lo mismo que el yoga, como todo esfuerzo encaminado a la realización personal), es un movimiento o, si se prefiere, un proyecto. El movimiento de un grupo y de los miembros del mismo. ¿Es el monitor (los monitores, si son varios) el responsable de ese movimiento, o el conjunto de monitores y pacientes? Sólo la última hipótesis es aceptable si se trata del movimiento de las personas y no del de los objetos. Los niños no aprenden a andar porque un adulto los comprenda o escuche. Andan porque, al ver caminar a los adultos, también ellos quieren hacerlo; andan porque los adultos los llaman, porque ven que otros niños algo mayores lo hacen, porque los padres los ayudan o les curan cuando caen, les advierten de los peligros, etc.


El lector tal vez se sorprenda de que yo haya formulado una analogía que parece reducir a una sola tres acciones que, por lo general, son distintas (¡cuando no opuestas!):


- la educación de los niños, la pedagogía ;
- la reeducación de los adultos "estropeados" o "deficientemente educados": la psicoterapia (y, como un caso particular de la misma, el psicoanálisis);
- el desarrollo del hombre, búsqueda de la perfección, la realización personal: la psicagogía.

Es probable que sea necesario acentuar o permitir una "regresión" cuando se quiere lograr dar un paso hacia adelante. El análisis y las terapias afines utilizan un protocolo frustrante que estimula la reminiscencia de las primeras experiencias de la vida. Si (y en la medida en que [24] ) el psicoanalista es neutral y benevolente, el sujeto aprende a amarse independientemente de todas sus experiencias; se le considera con una benevolencia que trasciende el bien y el mal, lo feo y lo hermoso, lo verdadero y lo falso, etc. De este modo, el individuo aprende su valor. Y como todo puede expresarse, aprende a poder decírselo todo, hallando acceso más fácil a la espontaneidad, la imaginación, la objetividad, etc. Amado - en todo caso, no "rechazado" - a pesar de las cosas inconfesables que él pensaba de sí mismo, puede iniciar relaciones más auténticas y, en consecuencia, estar más seguro de lo que vive.


Pero el psicoterapeuta analítico no actualiza ese movimiento progresivo iniciado por la reviviscencia, más que en el limite de sus propias inhibiciones, de su capacidad de aceptar la alteridad del enfermo. Lo que había sido castigado ya está absuelto, lo que había que callar puede decirse, en cierta medida, según la ecuación personal del médico en ese momento. La capacidad de amar del analista mide igualmente el progreso del paciente. Si se me entiende esta manera de ver las cosas, la psicoterapia está muy próxima a la pedagogía; la diferencia reside, sobre todo, en que la última no es solamente una estructuración de la afectividad, sino la transmisión de un saber.


Las terapias anaclíticas hacen suyo ese punto de vista y lo llevan a sus últimas consecuencias.


No hay por qué separar excesivamente la psicoterapia de la pedagogía; no es preciso mucho esfuerzo para demostrar que la pedagogía y psicagogia, o ésta y la psicoterapia, forman une continuidad perfecta. De este modo, el yoga, que originalmente constituía une psicagogia, puede convertirse, hecha la salvedad de unos matices y con mucha prudencia, en une psicoterapia: conservará al mismo tiempo une vertiente necesariamente "pedagógica", puesto que también es un saber hacer y por tanto un conocimiento que se transmite. Desde esta perspectiva es aconsejable la existencia de varios monitores, como lo es la presencia de varios padres: en primer lugar, un hombre y una mujer.


Ocasionalmente, convendría que hubiese varios hombres y varias mujeres, sin caer en une multiplicidad que impediría la aparición y desarrollo de lazos observables entre monitores y pacientes. La petición de ser atendido se transforma, muy frecuente y rápidamente, en une demanda de ser "reeducado". Proporcionar un monitor masculino y un monitor femenino es ya dar a esta demanda une respuesta confirmativa. Desoille ha puesto muy bien de manifiesto este hecho en su técnica del ensueño despierto dirigido. Recomienda la presencia de dos terapeutas, incluso si uno de ellos carece de experiencia en este método; en este caso, asumiría un papel pasivo. Cuando sea posible, propone que ambos hagan por turnos el papel activo. Nosotros hemos trasladado este sistema a la yogaterapia, por cuanto la experiencia de los métodos de grupos verbales conduce a las mismas conclusiones (A. Ancelin - Schützenberger).

 

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Psychosonique Yogathérapie Psychanalyse & Psychothérapie Dynamique des groupes Eléments Personnels

© Copyright Bernard AURIOL (email : )

Biblioteca de Psicologia N° 86, Herder, Barcelona, 1982.

9 Noviembre 2007



[1] H. Barte, E. Pouyollon, D. Dange, Rám, J. Boulin, M. Robert, Hatha‑yoga et psychiatrie, "Congreso de neurología y psiquiatría, julio 1971, policopiado, pág. 7. Véase también Barte Nhi, Yoga et psychiatrie, éd. de la Tête de Feuilles, 1972.

[2] Jesús según San Mateo 15, 14 y 23, 16.

[3] M. Lacheny, op. cit.

[4] Comentario personal.

[5] W. Reich, Anàlisis del caràcter, Martinez de Murguia, Madrid 1976.

[6] Véase R.A. Spitz, De la naissance à la parole, PUF, Paris 1968, pág. 93: "El niño se complace en el proceso de descarga de sus pulsiones instintivas en forma de acciones. Todo el que haya observado el compor­tamiento de un niño de pecho a quien cambian los papales conoce bien el gozo que manifiesta en esos momentos."

[7] Véase M. Pages, La vida afectiva de los grupos, Fontanella, Barcelona 197.7 (todo Io que se refiere al grupo de la Baleine). Del mismo autor podrá también consultarse L'orientation non directive, Dunod, 1968, pág. 66. Para el estudio de la dinámica y relaciones en los grupos se pueden consultar ton provecho M. E. Shaw, Dinámica de grupo, Herder, Barcelona 1980 y P. Simon L. Albert, Las relaciones interpersonales, Herder, Barcelona 1979.

[8] Subrayado por M. Lacheny en las conclusiones de su tesis. P. Chabaud formula la misma observación (comentario personal).

[9] Grupo epileptoide.

[10] El término "comunicación" debe entenderse en el sentido en que lo define Spitz: "Todo cambio perceptible del comportamiento, intencional o no, dirigido o no, por intermedio del cual una o varias personas pueden influir voluntaria o involuntariamente en la percepción, los sentimientos, los pensamientos o las acciones de una o varias personas", op. rit., pág. 96.

[11] Véase J. L. Moreno, Psychothérapie de groupe et psychodrame, PUF, Paris 1965.

[12] Jordi y Genevard Pratique de la psychothérapie de groupe, PUF, Paris 1965, pág. 29.

[13] C. Rogers, Le développement de la personne, Dunod, 1968.

[14] M. Mac Luhan, Mutations 1990, Mame, 1969.

[15] D.V. Martin, op. cit., pág. 78.

[16] Balvet, Le malade rejeté, "Psychiatrie et vie chrétienne" n° 1, ano XIII, enero 1969.

[17] Véase la noción de "alianza sofrónica" que postula Caycedo. Se trata de la colaboración entre terapeuta y paciente en favor del desarrollo del segundo; son autónomos uno con respecto al otro y ambos dependen del objetivo común que se han fijado. Véase igualmente Otto Rank, Volonté et psychothérapie.

[18] R. Desoille= op. cit.

[19] J. Lacan, Ecrits, Seuil, 1966.

[20] M. Buber, Je et Tu, Aubier, Paris 1938.

[21] Jordi, en Pratique de la psychothérapie de groupe, PUF, Paris 1965, pág. 180.

[22] M. Choisy, Yoga et psychanalyse, Mont‑Blanc, 1949.

[23] E. Berne, Des jeux et des hommes, Stock, 1964.

[24] Véase anteriormente, hasta que punto se trata de una apuesta, una paradoja, un limite.